DE CÓMO A VECES NOS CEGAMOS A LA HORA DE COMPRAR PARA NUESTROS PEQUES
Inmersos en el embarazo, la inminente llegada del primer
hijo despierta todo tipo de emociones, expectativas y esperanzas; y en un plano
más materialista, dispara de una forma bestial la fiebre del consumismo.
Nuestro primer embarazo coincidió con una época de cierta bonanza
económica (dos sueldos, pocos gastos, algunos ahorrillos…), y con la ilusión (¿o
la presión?) de que “al peque no puede faltarle de nada” allá nos embarcamos, ingenuos
de nosotros, (por no decir pardillos) en la aventura de preparar la habitación del bebé.
En nuestro descargo diré que obramos movidos por la
inexperiencia, y también por las malas influencias de algunas revistas de
bebés, y el ejemplo de otros padres en teoría más experimentados que nosotros.
Todos coincidían en lo mismo: el bebé tiene que tener su propia
habitación, equipada hasta el último detalle, claro. Con su cuna y su mini-cuna,
con sus correspondientes (y coordinados) juegos de sábanas, mantas y
chichoneras; su cambiador, su bañerita, su armario, su lamparita, su cuadro, su
no sé qué y su no sé cuánto. Las tiendas de puericultura no ayudaban, sino todo
lo contrario, te hacían ver la necesidad imperiosa de tal o cual accesorio (el
percherito a juego, la pañalera de diseño, y el caballito de madera vintage…), y te convencían de lo
indispensable –incluso vital- que era adquirir el termómetro digital para la
bañera, el móvil para la cuna con luz y sonido, y el, por supuesto,
fundamentalísimo vigila bebés con receptor de audio y cámara de vídeo
integrada.
Como el dinerito no crece en los árboles, la mitad de estos necesarios objetos quedaron en el
establecimiento; y como IKEA aún no había abierto en nuestra ciudad, acabamos
comprando en Toys’r’us una cuna convertible en camita, con armario y cambiador
a juego.
¡Craso error! En contadas ocasiones estos muebles, salvo el
armario, se han utilizado para lo que se supone que sirven. De esto ya os
hablaré detalladamente en otro momento.
Lo que quiero dejar hoy con vosotros es una recomendación:
antes de lanzaros a equipar la habitación del bebé, usad la cabecita. No hagáis
como nosotros, no os ceguéis, y no os dejéis influenciar.
Canalizad vuestra ilusión en otra cosa más útil.
Pensad y sopesad si realmente en esa habitación va a dormir
el bebé, si de verdad lo vais a bañar ahí, y si pasará en ella la mayor parte
del día. Quizá no os compense el gasto –y el esfuerzo- de preparar una
habitación y equiparla como en los catálogos de las tiendas. Cuando el niño
crezca y decida tener su propia habitación, quizá no le gusten las paredes
pintadas de azul bebé, ni el dosel de la cama, ni la lámpara de ositos, ni los
adornos infantiles.
Y habrá que decorarla de nuevo, esta vez a gusto del
usuario.
"Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último"
Menandro
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