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DE CÓMO FUE EL PRIMER ATAQUE
Lo
ha vuelto a hacer.
En la mañana del pasado lunes, el almirante volvió a
desplegar sus naves.
Aún
recuerdo claramente la primera vez que lo hizo, y cómo su ataque marítimo nos pilló
a todos absolutamente desprevenidos: allí estábamos, cómodos y relajados, disfrutando
plácidamente de las reconfortantes y cálidas aguas, tan confiados como
ignorantes de la amenaza que se cernía sobre nosotros.
Todo
era quietud. Todo era silencio. Pero la calma se tornó en histeria, y el reposo
en agitación. De repente, cuatro o cinco fragatas irrumpieron en nuestras
pacíficas aguas, trayendo consigo el caos, la pestilencia, y enturbiando todo a
su paso.
¡¡¡Evacuación,
evacuación!!! Los más rápidos consiguieron escapar pronto, corriendo a buscar refugio en tierra seca. Otros no
fueron tan afortunados, y permanecieron en el agua, imposibilitados de huir de
ella, sucumbiendo a los efectos del devastador ataque.
Pánico,
gritos, angustia, arcadas, llantos, más gritos, agua por todas partes, y cuatro
o cinco fragatas desintegrándose en mitad del océano de nuestra bañera.
El
almirante, ajeno a todo, sigue a lo suyo, sonriente y satisfecho por haber
soltado todas sus naves, pero empezando a inquietarse por la tensión del
ambiente que le rodea. Más gritos, más llantos, más arcadas.
El
almirante, finalmente, rompe a llorar. Su madre logra sacar al mediano de la
bañera, que aún sigue deshaciéndose en arcadas y lágrimas. Con el almirante en
brazos, su madre logra retirar los juguetes que flotan (o se hunden) en la
bañera, mientras los cuatro o cinco buques de guerra de color oscuro siguen su
proceso de desintegración. El almirante, que es el pequeño, llora. El mediano
llora también. El mayor no llora, pero está en paradero desconocido,
probablemente andará intentando secarse con algo en vete tú a saber dónde.
La
madre del almirante, aún dentro de la bañera, y con el almirante en brazos, ya
no sabe si es mejor quitar el tapón antes o después de retirar las fragatas. No
hay mucho tiempo para pensar, dos niños lloran, y aquello se deshace cada vez
más. Alguna ya está diluida del todo, es que encima el almirante andaba un poco
suelto, no podía hacerla durita y compacta, no. Si haces algo, que sea a lo
grande. El agua turbia y con grumos de color marrón rodea las piernas de la
madre, que finalmente decide coger aquello y tirarlo por el retrete antes de
quitar el tapón.
Ahora
a retirar la alfombra antideslizante de la bañera, también con restos. Sólo
falta lavar a los niños de nuevo, esta vez modo ducha, no baño, lo que origina
más lloros debido al odio natural que la manguera despierta en los infantes de
más tierna edad.
Con
los niños ya limpios y vestidos, sólo resta desinfectar la bañera, la alfombra,
y los juguetes.
La
madre del almirante ya no sabe si es peor que la mano le huela a caca o a
lejía; lo que sí sabe es que, después de esto, cada vez tiene menos y menos y
menos escrúpulos.