martes, 4 de septiembre de 2012

EN BUSCA DEL ERUCTO PERDIDO

DE CÓMO NOS OBSESIONAMOS POR ALGO INNECESARIO

Siempre he oído que en algunos países es de mala educación no eructar después de comer, porque se considera que si la comida te ha gustado y saciado, has de corroborarlo con un sonoro eructo. Algo así pasa con los bebés. Parece que si no echan el megaeructo después de cada toma, es que algo va mal.
Me resulta curioso ver bebés a los que tienen sentados, golpeándoles la espalda durante cinco, diez o más minutos, hasta que finalmente eructan (como para no hacerlo con tanto meneo y tanto golpecito). 
Aunque no hace falta mirar a los demás. Nosotros también tuvimos esa fase, esa obsesión por quitarle los gases y arrancarle un eructo de sus entrañas, fuera como fuese. Sucedió, cómo no, con nuestro primer hijo (el que paga toda la inexperiencia de los padres primerizos).
Creíamos que el ritual del eructo era obligatorio, igual que la ley de cambiar el pañal después de cada toma. Huelga decir que lo hacíamos pensando en el bien del niño, pero me doy cuenta de que no pensábamos tanto en su bienestar como en lo que otros decían que era su bienestar. 
¿A quién se le ocurre coger a un bebé, que se ha quedado plácidamente dormido en la teta (o en la tetina) y ponerse a incorporarlo para que eructe, y cambiarle el pañal para que no duerma con cuatro gotas de pis? Pues a nosotros, igual que a muchos otros padres.
Cierto es que no tardamos en constatar que nuestro hijo no era de grandes eructos, y razonamos que, si está dormido y tranquilito, es que no debe de haber ningún eructo latente, ningún gas oculto, ni ninguna meada incontenible en el pañal. Y decidimos dejarle seguir durmiendo. Y ningún problema, oye. Tantos días haciendo el paripé para nada, sobre todo de noche y de madrugada, que era cuando más nos fastidiábamos todos, bebé y papás.
Y luego una se informa, y lee a pediatras de prestigio, y a profesionales capacitados que dicen que el eructo no es necesario, y se reafirma en sus ideas, y piensa "pues no estábamos tan equivocados". 
Y una empieza a darse cuenta de que eso llamado instinto maternal (y paternal, ¿por qué no?) funciona mejor de lo que creíamos.


"El sentido común es el instinto de la verdad" (Max Jacobs)

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