DE LOS PELIGROS DEL ABUSO DE ALGUNAS COSAS
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Imagen sacada de la wikipedia |
Al igual que la mayoría de la gente, en casa poseemos un arma de destrucción masiva. Aparte del cuarto de baño, claro, que si en ciertas ocasiones llegaran a propagarse sus vapores, nos las veríamos con la aniquilación fulminante de toda forma de vida, humana, animal y vegetal, en nuestro barrio y zonas limítrofes. Pero no me refiero al W.C. Tampoco es que escondamos una bomba termonuclear, ni frasquitos monodosis de virus ébola.
Es un arma terrible, que provoca el atrofiamiento de las capacidades motoras y cognitivas. Los sujetos expuestos a ella experimentan una sensación de debilidad muscular repentina, que les obliga a apoltronarse en el sofá o en el suelo (según donde les sorprenda el impacto), mayormente en posición decúbito lateral (derecho o izquierdo). De forma progresiva van perdiendo facultades sensoriales, mermando así su oído (ya no escuchan otra cosa) y su vista (ya no ven otra cosa). Los músculos faciales pierden tonicidad, la mandíbula se descuelga, asoma la punta de la lengua, en casos severos puede llegar a haber desprendimientos de saliva por la comisura de los labios. El habla desaparece casi por completo. Se ralentizan las funciones cerebrales. Los sujetos se sumergen en un estado de letargo, a medio camino entre la hipnosis y el coma profundo. No son esporas de ántrax. No es un isótopo radiactivo. Algunos le llaman "el atontizador". Otros, simplemente, la tele.
Confieso que el pasado sábado el paterfamilias se vio tentado a usarla contra los niños. Sólo porque decidieran despertar y levantarse antes de las ocho de la mañana, cuando de lunes a viernes hay que contratar servicios de demolición para despertarles, y grúa para sacarlos de la cama. Nada extraño, pues como casi todo el mundo sabe, esta es una práctica habitual de los niños en edad escolar.
Volvamos a los hechos. Se ve que el paterfamilias tenía mucho sueño (sería porque el bebé había dado la serenata durante la madrugada), y quiso seguir el ejemplo de estos padres modernos de ahora, que tienen a los niños bien enseñados (no como nosotros), y saben que el fin de semana está terminantemente prohibido entrar en el dormitorio matrimonial (¿cómo no van a entrar nuestros hijos si es que ya no han salido, porque duermen allí?), y si se levantan antes que papá y mamá, tienen orden expresa de ir (sin hacer ruido) a ver la tele (bajito, para no molestar), porque mira que son listos que saben ponerla ellos solitos y seleccionar clan TVE, o Boing, o lo que se tercie (si en alguna cadena salen monstruos, o asesinos en serie, o violadores, o todo junto, qué más da, si nadie se va a dar cuenta, y de paso ampliamos vocabulario "gilip...", "hijo de la gran...", "pedazo de maric..." (ah, no, que todo eso ya lo sabían, que son niños muy espabilados, no como los nuestros), y nos vamos acostumbrando a la violencia y a las escenas tórridas.
Pues bien, creo que fue después del tercer o cuarto salto sobre sus riñones cuando el paterfamilias le dice al mayor que se vayan a ver la tele. Dicho y hecho. No hubo que insistir. Mi superoído no tardó en captar el sonido lejano (la puso bajita, qué considerado) de la televisión de la sala, era Mickey Mouse y su "si queréis la herramienta, decid...".
En un primer momento pensé en no hacer nada. Yo también tenía sueño. Pero la imagen de los tres infantes "atontizados" en el sofá me estremeció profundamente. ¿Cuántas horas seguidas de tele serían capaces de ver? "Hasta el infinito, ¡y más allá!", como diría Buzz Lightyear. Y ahí sí que no. ¿Y si sufrían alguna lesión irreversible por sobredosis de "Atontadol"? Por encima de mi soñoliento cadáver. Me levanté como pude, rauda y veloz, y aparecí en la sala antes de que los niños pudieran decir "...pimienta". Me los encontré, cómo no, sentaditos en el sofá (aún no se habían tumbado), quietecitos, en silencio, sin molestar, con los ojos clavados en la pantalla y las boquitas entreabiertas.
Desactivé el aparato pulsando el botón rojo. Hubo lloros varios y protestas enérgicas que duraron 2,5 segundos, el tiempo que tardamos en ir a desayunar. Pudieron desentumecer los miembros de sus cuerpos casi al instante, porque la exposición al peligro había sido mínima. Tampoco hubo daños colaterales.
P.S. El paterfamilias se levantó una hora más tarde: "No pude dormir nada, porque no estabas a mi lado". "Pues chico, ya eres mayorcito". ¿Tendré que aplicarle el método Estivill? Le preguntaré a los padres modernos de ahora.