viernes, 28 de septiembre de 2012

TATO, TO, TETA

SOBRE LA TERCERA PALABRA QUE DIJERON MIS NIÑOS


TATO
TO
TETA 

Me encantan los típicos libros infantiles de "Mis Primeras Palabras". Con esos dibujos tan monos,  y esas fotos tan bonitas que ilustran las primeras 100, ó 50 (o cualquier otro número redondo) palabras que todo infante debería saber. Nosotros los tenemos en español y en inglés, pero recuerdo (aún lo tiene mi madre en su casa, con tropecientas capas de cinta adhesiva sujetando la tapa y las hojas) uno de los años 70-80 en versión trilingüe gallego-inglés-español ("As miñas primeiras palabras en galego", se titula). Los hay de tamaños distintos, unos incorporan sonidos, y otros presentan diferentes texturas. Qué os voy a contar, si estaréis cansados de verlos (y leerlos).
Pues bien. Las dos primeras palabras de mis hijos fueron, por este orden, "mamá" y "papá". Igual que la inmensa mayoría de niños, supongo, salvo en el caso de los hijos superdotados de las vecinas, que empiezan diciendo "biocombustión", "termorregulador", o "acelerador de partículas",  y antes de los dos años ya declaman a Shakespeare o a Calderón de la Barca (estos son los mismos niños que ya andaban a los nueve meses, dejaron el pañal al año y medio, y siempre comieron mejor que los tuyos). Pero son excepciones. 
¿Y la tercera palabra? A nuestro primogénito le dio por decir Tato, tato, tato... a todas horas. De hecho, durante aquella época, uno de sus tíos le llamaba cariñosamente "Tatiño". Vale, ya sé que no es una palabra "de verdad", pero tiene su gracia.
Nuestro segundo hijo siempre ha sido de pocas palabras (es más bien un hombre de acción), y lo tercero que soltó por su boquita de piñón fue To. Tampoco es una palabra, pero sí que era una advertencia. Coincidió con esa fase "pegona" tan adorable y característica de muchos niños, y el nuestro, antes de soltar el mamporro, decía ¡To, to! (¿abreviatura de "Toma sinvergüenza, así aprenderás lo que es bueno"? Quizá.)
Nuestro tercer hijo empezó con Eteté (y yo le decía "quita, quita, de ETTs nada, tú sólo contratos en empresas serias"), y ahora se debate entre Rrrrrrrrrrrrr!!!!, Rororó, Aba (en alusión a todo lo que se pueda comer y/o beber) y Ete ("mi casa" y "teléfono" aún no lo dice). Pero su favorita, la estrella de su amplio vocabulario es, con diferencia y sin ninguna duda... Teta, teta, teta. A veces me lo dice dulce, meloso, y con una sonrisa en los labios. Y otras, si mami se hace la remolona, lo dice con voz fuerte y el ceño fruncido. Exigiendo lo suyo.
Tato, To, Teta. Todos a vueltas con la letra T.

jueves, 27 de septiembre de 2012

QUIERO UNA CAPA DE INVISIBILIDAD

DE CÓMO A VECES ME DAN GANAS DE OLVIDAR AQUELLO DE "NO A LA VIOLENCIA", Y PREFERIRÍA SER COMO LOS SUPERHÉROES, SIN ESCRÚPULOS, SIN REMORDIMIENTOS, Y SIN LIMITACIONES


Imagen sacada de Google
La quiero para estar con mis niños en el colegio. 
Para seguir a mi hijo mediano a su clase, y comprobar si es cierto que deja de llorar cuando me marcho y le meten a rastras en su aula. Tengo que saber cómo calman su disgusto, y cuánto tiempo duran sus suspiros. Si le consuelan con cariño o si le ignoran hasta que se tranquiliza. Si le dejan tirado en el suelo, bañado en lágrimas y mocos, o intentan levantarle con amor y limpiarle con cuidado. Tengo que descubrir si hay silla de pensar, o silla negra, o cualquier otro tipo de asiento dañino, vergonzante y maligno; y en cuanto tenga ocasión, a la hoguera de San Juan con ella.


Pero confieso que la quiero también para usarla con fines perversos. Para convertirme en una superheroína, de esas que dialogan poco y reparten mucho. Una superheroína repartidora de collejas. 
Seguiría también a mi hijo mayor. Para darle una colleja (o dos) al niño que a veces le empuja y le molesta en la cola de la entrada, ante la mirada impasible de su madre (ya se sabe, "son cosas de niños, no hay que meterse, que lo resuelvan entre ellos"; por cierto, otro par de collejas para ella). Para darle dos (o tres) collejas a la listilla de turno (¿tiene que tener una al lado en cada curso?) que se burla de sus trabajos, y los tilda de "porquería" mientras auto-alaba los suyos (dos collejas más para los padres de la criatura, por no enseñarle a distinguir entre educación y sinceridad, y por confundir el fomento de la autoestima con la ausencia de humildad). Y tres collejas más para el "niño popular de la clase", tan ejemplar él que se dedica a descalificar a sus compañeros, a reírse de ellos y a insultarles (mega-colleja para sus padres, menos cartillas Rubio y más empatía, menos fútbol, y más educación).
Quiero esa capa. Y que incluya capacidad de vuelo, supervelocidad, e hiperdestreza collejil. La quiero. La necesito. Así que, por favor, Harry Potter, préstame la tuya.

P.S. Acepto también la de Frodo Bolsón.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

UN ROEDOR EN CASA

DE CÓMO SE HACEN CADA VEZ MAYORES



Hoy el primogénito empezó el cole. Primero de primaria. 
Adiós a los mandilones, a escribir con lápiz y a trabajar sólo con fichas. Ahora empezará a usar bolígrafo, a llevar mochila y a traer deberes a casa. Tendrá que lidiar con profesores nuevos, y con libros de texto de tropecientas páginas que espero puedan heredar sus hermanos.

-Mamá, tengo miedo del cole.
-¿Por qué?
-Porque no va a estar la profe Charo.
-Pero tendrás otros profes estupendos, que te van a cuidar y a querer tanto como te quiere Charo.

Además, anoche, por primera vez, el Ratoncito Pérez visitó nuestra casa.
-Mamá, ¿el Ratoncito Pérez existe?- me preguntó antes de quedarse dormido.
-¿Tú crees que existe?- le pregunté yo.
-Sí.
-Pues claro que existe, mi niño.
-¿Y qué vas a hacer si de noche te despiertas y lo ves?
-Coger una escoba y darle unos buenos mamporros. O mejor gritar, y llamar a papá para que lo eche fuera, que a mí los ratones me dan mucho asco.
Y él se moría de risa.

Y esta mañana, bajo la almohada, encontró un sobre de pegatinas de animales, una moneda de chocolate, dos monedas de verdad (para comprar más pegatinas, claro), una bolsita de gominolas y un vale por un trozo de tortilla de patatas.

Y papá le llevó al cole. Con miedo, pero valiente. 
Un curso más, y un diente menos. 


"Todo el mundo puede hacerse mayor. Lo único que se requiere es vivir el tiempo suficiente" (Groucho Marx)


martes, 4 de septiembre de 2012

EN BUSCA DEL ERUCTO PERDIDO

DE CÓMO NOS OBSESIONAMOS POR ALGO INNECESARIO

Siempre he oído que en algunos países es de mala educación no eructar después de comer, porque se considera que si la comida te ha gustado y saciado, has de corroborarlo con un sonoro eructo. Algo así pasa con los bebés. Parece que si no echan el megaeructo después de cada toma, es que algo va mal.
Me resulta curioso ver bebés a los que tienen sentados, golpeándoles la espalda durante cinco, diez o más minutos, hasta que finalmente eructan (como para no hacerlo con tanto meneo y tanto golpecito). 
Aunque no hace falta mirar a los demás. Nosotros también tuvimos esa fase, esa obsesión por quitarle los gases y arrancarle un eructo de sus entrañas, fuera como fuese. Sucedió, cómo no, con nuestro primer hijo (el que paga toda la inexperiencia de los padres primerizos).
Creíamos que el ritual del eructo era obligatorio, igual que la ley de cambiar el pañal después de cada toma. Huelga decir que lo hacíamos pensando en el bien del niño, pero me doy cuenta de que no pensábamos tanto en su bienestar como en lo que otros decían que era su bienestar. 
¿A quién se le ocurre coger a un bebé, que se ha quedado plácidamente dormido en la teta (o en la tetina) y ponerse a incorporarlo para que eructe, y cambiarle el pañal para que no duerma con cuatro gotas de pis? Pues a nosotros, igual que a muchos otros padres.
Cierto es que no tardamos en constatar que nuestro hijo no era de grandes eructos, y razonamos que, si está dormido y tranquilito, es que no debe de haber ningún eructo latente, ningún gas oculto, ni ninguna meada incontenible en el pañal. Y decidimos dejarle seguir durmiendo. Y ningún problema, oye. Tantos días haciendo el paripé para nada, sobre todo de noche y de madrugada, que era cuando más nos fastidiábamos todos, bebé y papás.
Y luego una se informa, y lee a pediatras de prestigio, y a profesionales capacitados que dicen que el eructo no es necesario, y se reafirma en sus ideas, y piensa "pues no estábamos tan equivocados". 
Y una empieza a darse cuenta de que eso llamado instinto maternal (y paternal, ¿por qué no?) funciona mejor de lo que creíamos.


"El sentido común es el instinto de la verdad" (Max Jacobs)