lunes, 15 de octubre de 2012

TIPOS DE MADRES(II)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS LLEGAR A VER Y SER 


Madre Osa: la Madre Osa comparte su cama con sus hijos, cual osa con sus oseznos en la osera. La cama matrimonial pasa así a formar parte del pasado, o de “la otra vida”. Ahora es la cama familiar. Cuando se presentan problemas de espacio, la Madre Osa tiene varias opciones, entre las que destacan el método LIFO (los últimos en entrar son los primeros en salir), y la teoría de medición de volúmenes, tras la cual lo más seguro es que papá (o el miembro que más ocupe en la cama-osera) quedará out. Por otro lado, la Madre Osa se caracteriza por defender y proteger a sus hijos, poniendo su cuidado y seguridad por encima de todo
Madre Pulpo: he aquí un auténtico prodigio de la naturaleza. La Madre Pulpo, con sólo dos brazos, se desenvuelve como si tuviera ocho. A la hora de la comida, por ejemplo, la Madre Pulpo es capaz de darle la teta al pequeño, cucharada de arroz al mediano, cortar el filete del mayor, vigilar que no se queme el estofado, contestar al teléfono, recoger las servilletas del suelo, servir el agua y rascarse la punta de la nariz, todo al mismo tiempo (o casi).
Madre Gata: también conocida como Madre Pulpo con Sentido Arácnido, este tipo de madre presenta unos reflejos y una capacidad de reacción de lo más extraordinario. Evita que los recipientes con líquido vuelquen, que los bebés caigan del cambiador, y que los niños se tiren del sofá. En espacios abiertos, puede llegar a prevenir caídas de columpios, precipitaciones desde lugares elevados, y que un resbalón se convierta en un romper los dientes contra el suelo. La destreza de la Madre Gata no conoce límites: caza al vuelo la papilla que resbala de la boca de su bebé antes de que llegue al babero, intercepta el dedo con moco de su hijo en el fugaz trayecto nariz-boca, detiene la mano mamporril de su infante antes de que llegue a su objetivo, esquiva proyectiles lanzados en plena guerra de juguetes, e incluso puede librarse –y contener- el chorrito de pis disparado por un niño sin pañal tumbado boca arriba.    

TIPOS DE MADRES (I)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS ENCONTRAR


Madre sólo hay una. ¡Vaya novedad! ¿Pero cómo es esa madre? La observación me ha mostrado que hay muchos tipos de madres, y la experiencia, que no son en ningún caso excluyentes. Todas podemos ser cualquiera de ellas, según la hora del día, el lugar donde nos encontremos, y la compañía que tengamos.

Madre Vaca: ahora mismo, ésa soy yo, una madre que –al igual que muchas otras- ha perfeccionado la técnica de usar el teclado con una sola mano y con relativa velocidad (esto no lo enseñaban en las clases de escribir a máquina, ¿eh?). Con la otra mano sujeto al pequeño (érase un niño a una teta pegado), que el señorito necesita un respaldo cómodo, que luego vienen las lesiones de cuello y espalda (las de la madre ya son irreversibles). La Madre Vaca se caracteriza, fundamentalmente, por pasar la mayor parte del tiempo dando la teta. Ha perdido gran parte del pudor y la vergüenza que le hubieran podido quedar después de la experiencia del parto, lo que le lleva a dar la teta en cualquier sitio: el parque, la playa, la calle, el cine, la cafetería, la terraza del bar, la sala de espera del médico, la iglesia, los sillones del Ikea, los pasillos del Carrefour, la mesa mientras está comiendo, la taza del w.c., la bañera… Ha perdido también la oportunidad de convertirse en una it girl, pues a la hora de elegir vestimenta, la Madre Vaca piensa no en lo económico que es ese little black dress de Dior, ni en el furor que causaría ese ajustadísimo y trendy mono con animal print, ni en lo bien que combinaría ese vestido lady con sus bailarinas vintage, sino más bien en la operatividad de esas prendas a la hora de dar el pecho. La practicidad prevalece sobre las tendencias: lo que para otras es un must, para la Madre Vaca es un how? (o mejor dicho, un “¿cómorrrr hago para sacar la teta con esta ropa sin tener que hacer un striptease?”).

Madre Koala: o canguro, o cualquier otro marsupial, de esos que llevan a su cría en la bolsa. La Madre Koala siempre anda con los hijos a cuestas. Uno, o dos, o los que pueda cargar. En la escalera, en esa cuesta tan empinada, en esta calle cuesta abajo, en su casa, en casas ajenas, haciendo la comida, intentando ver la tele, intentando dormir, dando la teta al pequeño, empujando el carrito del bebé, empujando el carro de la compra, en el parque, en la playa, en el colegio… es decir, en todo tiempo y lugar. La Madre Koala intentará responder siempre al pedido de sus hijos, hasta que la espalda y los brazos lo permitan o hagan crack!

lunes, 8 de octubre de 2012

ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

DE LOS PELIGROS DEL ABUSO DE ALGUNAS COSAS


Imagen sacada de la wikipedia
Al igual que la mayoría de la gente, en casa poseemos un arma de destrucción masiva. Aparte del cuarto de baño, claro, que si en ciertas ocasiones llegaran a propagarse sus vapores, nos las veríamos con la aniquilación fulminante de toda forma de vida, humana, animal y vegetal, en nuestro barrio y zonas limítrofes. Pero no me refiero al W.C. Tampoco es que escondamos una bomba termonuclear, ni frasquitos monodosis de virus ébola. 
Es un arma terrible, que provoca el atrofiamiento de las capacidades motoras y cognitivas. Los sujetos expuestos a ella experimentan una sensación de debilidad muscular repentina, que les obliga a apoltronarse en el sofá o en el suelo (según donde les sorprenda el impacto), mayormente en posición decúbito lateral (derecho o izquierdo). De forma progresiva van perdiendo facultades sensoriales, mermando así su oído (ya no escuchan otra cosa) y su vista (ya no ven otra cosa). Los músculos faciales pierden tonicidad, la mandíbula se descuelga, asoma la punta de la lengua, en casos severos puede llegar a haber desprendimientos de saliva por la comisura de los labios. El habla desaparece casi por completo. Se ralentizan las funciones cerebrales. Los sujetos se sumergen en un estado de letargo, a medio camino entre la hipnosis y el coma profundo. No son esporas de ántrax. No es un isótopo radiactivo. Algunos le llaman "el atontizador". Otros, simplemente, la tele.
Confieso que el pasado sábado el paterfamilias se vio tentado a usarla contra los niños. Sólo porque decidieran despertar y levantarse antes de las ocho de la mañana, cuando de lunes a viernes hay que contratar servicios de demolición para despertarles, y grúa para sacarlos de la cama. Nada extraño, pues como casi todo el mundo sabe, esta es una práctica habitual de los niños en edad escolar. 
Volvamos a los hechos. Se ve que el paterfamilias tenía mucho sueño (sería porque el bebé había dado la serenata durante la madrugada), y quiso seguir el ejemplo de estos padres modernos de ahora, que tienen a los niños bien enseñados (no como nosotros), y saben que el fin de semana está terminantemente prohibido entrar en el dormitorio matrimonial (¿cómo no van a entrar nuestros hijos si es que ya no han salido, porque duermen allí?), y si se levantan antes que papá y mamá, tienen orden expresa de ir (sin hacer ruido) a ver la tele (bajito, para no molestar), porque mira que son listos que saben ponerla ellos solitos y seleccionar clan TVE, o Boing, o lo que se tercie (si en alguna cadena salen monstruos, o asesinos en serie, o violadores, o todo junto, qué más da, si nadie se va a dar cuenta, y de paso ampliamos vocabulario "gilip...", "hijo de la gran...", "pedazo de maric..." (ah, no, que todo eso ya lo sabían, que son niños muy espabilados, no como los nuestros), y nos vamos acostumbrando a la violencia y a las escenas tórridas. 
Pues bien, creo que fue después del tercer o cuarto salto sobre sus riñones cuando el paterfamilias le dice al mayor que se vayan a ver la tele. Dicho y hecho. No hubo que insistir. Mi superoído no tardó en captar el sonido lejano (la puso bajita, qué considerado) de la televisión de la sala, era Mickey Mouse y su "si queréis la herramienta, decid..."
En un primer momento pensé en no hacer nada. Yo también tenía sueño. Pero la imagen de los tres infantes "atontizados" en el sofá me estremeció profundamente. ¿Cuántas horas seguidas de tele serían capaces de ver? "Hasta el infinito, ¡y más allá!", como diría Buzz Lightyear. Y ahí sí que no. ¿Y si sufrían alguna lesión irreversible por sobredosis de "Atontadol"? Por encima de mi soñoliento cadáver. Me levanté como pude, rauda y veloz, y aparecí en la sala antes de que los niños pudieran decir "...pimienta". Me los encontré, cómo no, sentaditos en el sofá (aún no se habían tumbado), quietecitos, en silencio, sin molestar, con los ojos clavados en la pantalla y las boquitas entreabiertas. 
Desactivé el aparato pulsando el botón rojo. Hubo lloros varios y protestas enérgicas que duraron 2,5 segundos, el tiempo que tardamos en ir a desayunar. Pudieron desentumecer los miembros de sus cuerpos casi al instante, porque la exposición al peligro había sido mínima. Tampoco hubo daños colaterales.

P.S. El paterfamilias se levantó una hora más tarde: "No pude dormir nada, porque no estabas a mi lado". "Pues chico, ya eres mayorcito". ¿Tendré que aplicarle el método Estivill? Le preguntaré a los padres modernos de ahora

viernes, 28 de septiembre de 2012

TATO, TO, TETA

SOBRE LA TERCERA PALABRA QUE DIJERON MIS NIÑOS


TATO
TO
TETA 

Me encantan los típicos libros infantiles de "Mis Primeras Palabras". Con esos dibujos tan monos,  y esas fotos tan bonitas que ilustran las primeras 100, ó 50 (o cualquier otro número redondo) palabras que todo infante debería saber. Nosotros los tenemos en español y en inglés, pero recuerdo (aún lo tiene mi madre en su casa, con tropecientas capas de cinta adhesiva sujetando la tapa y las hojas) uno de los años 70-80 en versión trilingüe gallego-inglés-español ("As miñas primeiras palabras en galego", se titula). Los hay de tamaños distintos, unos incorporan sonidos, y otros presentan diferentes texturas. Qué os voy a contar, si estaréis cansados de verlos (y leerlos).
Pues bien. Las dos primeras palabras de mis hijos fueron, por este orden, "mamá" y "papá". Igual que la inmensa mayoría de niños, supongo, salvo en el caso de los hijos superdotados de las vecinas, que empiezan diciendo "biocombustión", "termorregulador", o "acelerador de partículas",  y antes de los dos años ya declaman a Shakespeare o a Calderón de la Barca (estos son los mismos niños que ya andaban a los nueve meses, dejaron el pañal al año y medio, y siempre comieron mejor que los tuyos). Pero son excepciones. 
¿Y la tercera palabra? A nuestro primogénito le dio por decir Tato, tato, tato... a todas horas. De hecho, durante aquella época, uno de sus tíos le llamaba cariñosamente "Tatiño". Vale, ya sé que no es una palabra "de verdad", pero tiene su gracia.
Nuestro segundo hijo siempre ha sido de pocas palabras (es más bien un hombre de acción), y lo tercero que soltó por su boquita de piñón fue To. Tampoco es una palabra, pero sí que era una advertencia. Coincidió con esa fase "pegona" tan adorable y característica de muchos niños, y el nuestro, antes de soltar el mamporro, decía ¡To, to! (¿abreviatura de "Toma sinvergüenza, así aprenderás lo que es bueno"? Quizá.)
Nuestro tercer hijo empezó con Eteté (y yo le decía "quita, quita, de ETTs nada, tú sólo contratos en empresas serias"), y ahora se debate entre Rrrrrrrrrrrrr!!!!, Rororó, Aba (en alusión a todo lo que se pueda comer y/o beber) y Ete ("mi casa" y "teléfono" aún no lo dice). Pero su favorita, la estrella de su amplio vocabulario es, con diferencia y sin ninguna duda... Teta, teta, teta. A veces me lo dice dulce, meloso, y con una sonrisa en los labios. Y otras, si mami se hace la remolona, lo dice con voz fuerte y el ceño fruncido. Exigiendo lo suyo.
Tato, To, Teta. Todos a vueltas con la letra T.

jueves, 27 de septiembre de 2012

QUIERO UNA CAPA DE INVISIBILIDAD

DE CÓMO A VECES ME DAN GANAS DE OLVIDAR AQUELLO DE "NO A LA VIOLENCIA", Y PREFERIRÍA SER COMO LOS SUPERHÉROES, SIN ESCRÚPULOS, SIN REMORDIMIENTOS, Y SIN LIMITACIONES


Imagen sacada de Google
La quiero para estar con mis niños en el colegio. 
Para seguir a mi hijo mediano a su clase, y comprobar si es cierto que deja de llorar cuando me marcho y le meten a rastras en su aula. Tengo que saber cómo calman su disgusto, y cuánto tiempo duran sus suspiros. Si le consuelan con cariño o si le ignoran hasta que se tranquiliza. Si le dejan tirado en el suelo, bañado en lágrimas y mocos, o intentan levantarle con amor y limpiarle con cuidado. Tengo que descubrir si hay silla de pensar, o silla negra, o cualquier otro tipo de asiento dañino, vergonzante y maligno; y en cuanto tenga ocasión, a la hoguera de San Juan con ella.


Pero confieso que la quiero también para usarla con fines perversos. Para convertirme en una superheroína, de esas que dialogan poco y reparten mucho. Una superheroína repartidora de collejas. 
Seguiría también a mi hijo mayor. Para darle una colleja (o dos) al niño que a veces le empuja y le molesta en la cola de la entrada, ante la mirada impasible de su madre (ya se sabe, "son cosas de niños, no hay que meterse, que lo resuelvan entre ellos"; por cierto, otro par de collejas para ella). Para darle dos (o tres) collejas a la listilla de turno (¿tiene que tener una al lado en cada curso?) que se burla de sus trabajos, y los tilda de "porquería" mientras auto-alaba los suyos (dos collejas más para los padres de la criatura, por no enseñarle a distinguir entre educación y sinceridad, y por confundir el fomento de la autoestima con la ausencia de humildad). Y tres collejas más para el "niño popular de la clase", tan ejemplar él que se dedica a descalificar a sus compañeros, a reírse de ellos y a insultarles (mega-colleja para sus padres, menos cartillas Rubio y más empatía, menos fútbol, y más educación).
Quiero esa capa. Y que incluya capacidad de vuelo, supervelocidad, e hiperdestreza collejil. La quiero. La necesito. Así que, por favor, Harry Potter, préstame la tuya.

P.S. Acepto también la de Frodo Bolsón.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

UN ROEDOR EN CASA

DE CÓMO SE HACEN CADA VEZ MAYORES



Hoy el primogénito empezó el cole. Primero de primaria. 
Adiós a los mandilones, a escribir con lápiz y a trabajar sólo con fichas. Ahora empezará a usar bolígrafo, a llevar mochila y a traer deberes a casa. Tendrá que lidiar con profesores nuevos, y con libros de texto de tropecientas páginas que espero puedan heredar sus hermanos.

-Mamá, tengo miedo del cole.
-¿Por qué?
-Porque no va a estar la profe Charo.
-Pero tendrás otros profes estupendos, que te van a cuidar y a querer tanto como te quiere Charo.

Además, anoche, por primera vez, el Ratoncito Pérez visitó nuestra casa.
-Mamá, ¿el Ratoncito Pérez existe?- me preguntó antes de quedarse dormido.
-¿Tú crees que existe?- le pregunté yo.
-Sí.
-Pues claro que existe, mi niño.
-¿Y qué vas a hacer si de noche te despiertas y lo ves?
-Coger una escoba y darle unos buenos mamporros. O mejor gritar, y llamar a papá para que lo eche fuera, que a mí los ratones me dan mucho asco.
Y él se moría de risa.

Y esta mañana, bajo la almohada, encontró un sobre de pegatinas de animales, una moneda de chocolate, dos monedas de verdad (para comprar más pegatinas, claro), una bolsita de gominolas y un vale por un trozo de tortilla de patatas.

Y papá le llevó al cole. Con miedo, pero valiente. 
Un curso más, y un diente menos. 


"Todo el mundo puede hacerse mayor. Lo único que se requiere es vivir el tiempo suficiente" (Groucho Marx)


martes, 4 de septiembre de 2012

EN BUSCA DEL ERUCTO PERDIDO

DE CÓMO NOS OBSESIONAMOS POR ALGO INNECESARIO

Siempre he oído que en algunos países es de mala educación no eructar después de comer, porque se considera que si la comida te ha gustado y saciado, has de corroborarlo con un sonoro eructo. Algo así pasa con los bebés. Parece que si no echan el megaeructo después de cada toma, es que algo va mal.
Me resulta curioso ver bebés a los que tienen sentados, golpeándoles la espalda durante cinco, diez o más minutos, hasta que finalmente eructan (como para no hacerlo con tanto meneo y tanto golpecito). 
Aunque no hace falta mirar a los demás. Nosotros también tuvimos esa fase, esa obsesión por quitarle los gases y arrancarle un eructo de sus entrañas, fuera como fuese. Sucedió, cómo no, con nuestro primer hijo (el que paga toda la inexperiencia de los padres primerizos).
Creíamos que el ritual del eructo era obligatorio, igual que la ley de cambiar el pañal después de cada toma. Huelga decir que lo hacíamos pensando en el bien del niño, pero me doy cuenta de que no pensábamos tanto en su bienestar como en lo que otros decían que era su bienestar. 
¿A quién se le ocurre coger a un bebé, que se ha quedado plácidamente dormido en la teta (o en la tetina) y ponerse a incorporarlo para que eructe, y cambiarle el pañal para que no duerma con cuatro gotas de pis? Pues a nosotros, igual que a muchos otros padres.
Cierto es que no tardamos en constatar que nuestro hijo no era de grandes eructos, y razonamos que, si está dormido y tranquilito, es que no debe de haber ningún eructo latente, ningún gas oculto, ni ninguna meada incontenible en el pañal. Y decidimos dejarle seguir durmiendo. Y ningún problema, oye. Tantos días haciendo el paripé para nada, sobre todo de noche y de madrugada, que era cuando más nos fastidiábamos todos, bebé y papás.
Y luego una se informa, y lee a pediatras de prestigio, y a profesionales capacitados que dicen que el eructo no es necesario, y se reafirma en sus ideas, y piensa "pues no estábamos tan equivocados". 
Y una empieza a darse cuenta de que eso llamado instinto maternal (y paternal, ¿por qué no?) funciona mejor de lo que creíamos.


"El sentido común es el instinto de la verdad" (Max Jacobs)

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