SOBRE LA FIESTA DE LA CASTAÑA
"O Magosto para agosto", cantaban Os Resentidos en su canción ochentera "Galicia Caníbal (Fai un sol de carallo)". Pues no. El magosto se celebra entre finales de octubre y el mes de noviembre. ¡Si hasta lo dice la wikipedia (ver aquí)!
Este viernes mis niños celebran, como cada curso, el Magosto. Se trata de una fiesta tradicional cuya protagonista indiscutible es la castaña, y constituye una de las dos grandes fiestas del Otoño en el colegio, junto con el espantoso Samaín (festividad galaica de origen celta, de donde deriva el conocido Halloween).
En la celebración del Magosto llevan a un castañero típico al cole, asan castañas, se calientan las manos con ellas, se queman los deditos y acaban con las uñas negras al abrirlas, algunos niños incluso las comen (mi Mediano no, desde luego :-D), beben leche, les cuentan historias, y durante las semanas previas hacen actividades castañiles tan cucas como ésta del año pasado:
También organizan un concurso de postres con productos típicos del Otoño, al que yo no me he presentado. Quizá el año que viene (ja, ja, ja, sonido de risas en la lejanía) :-D
Qué bonito es que en los colegios enseñen las distintas tradiciones y costumbres de cada lugar, pues si bien es necesario ir avanzando con los tiempos, es bueno de vez en cuando echar la vista atrás para saber de dónde venimos. Que sepan que hace mucho, mucho tiempo, aquí no se comían patatas porque no se conocían (para uno que yo conozco vivir sin ellas sería impensable), ni tampoco había maíz (ni chocolate, que estas cosas las trajo Colón de América), y nadie los echaba de menos porque teníamos -y aún tenemos- la deliciosa castaña.
Y para acabar, el famoso cuento infantil de La castaña que reventó de la risa:
Una vez iban de paseo una brasa de carbón, una paja y una castaña. Llegaron a un río y no sabían cómo atravesarlo.
La castaña, que era muy lista, propuso lo siguiente:
-Como la paja puede flotar en el agua, yo me montaré encima de ella y me llevará nadando a la otra orilla. Luego regresará a ti, dijo dirigiéndose a la brasa.
A las dos les pareció muy bien, y así se hizo. Primero la paja pasó a la castaña y luego volvió por la brasa de carbón.
Pero cuando estaban a mitad del río, la paja sintió que se estaba quemando con el calor de la brasa y casi sin querer hizo un movimiento brusco, y de una sacudida la tiró al agua.
Cuando la castaña lo vio, le dio un ataque de risa. Se reía tan a gusto, de ver a la brasa remojada, se reía con tanta fuerza, que reventó.
La paja llegó a la orilla completamente chamuscada.
La brasa llegó más tarde, apagada por completo, chorreando.
Llegaron además muy enfadadas las dos con la castaña porque se había reído cuando ellas lo pasaban mal, pero cuando vieron que con la risa había reventado su piel, y estaba destrozada, se compadecieron y fueron a buscar al sastre para que la remendara y le recosiera el roto.
El sastre sólo tenía un trozo de tela de color más claro que el de la piel de la castaña, y tuvo que arreglárselo poniéndole un pedazo de ese color.
Por eso ahora andan todas las castañas con un trozo de piel, que parece un trocito más claro.
¡Que viva el Magosto!
Qué bonito es que en los colegios enseñen las distintas tradiciones y costumbres de cada lugar, pues si bien es necesario ir avanzando con los tiempos, es bueno de vez en cuando echar la vista atrás para saber de dónde venimos. Que sepan que hace mucho, mucho tiempo, aquí no se comían patatas porque no se conocían (para uno que yo conozco vivir sin ellas sería impensable), ni tampoco había maíz (ni chocolate, que estas cosas las trajo Colón de América), y nadie los echaba de menos porque teníamos -y aún tenemos- la deliciosa castaña.
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Una vez iban de paseo una brasa de carbón, una paja y una castaña. Llegaron a un río y no sabían cómo atravesarlo.
La castaña, que era muy lista, propuso lo siguiente:
-Como la paja puede flotar en el agua, yo me montaré encima de ella y me llevará nadando a la otra orilla. Luego regresará a ti, dijo dirigiéndose a la brasa.
A las dos les pareció muy bien, y así se hizo. Primero la paja pasó a la castaña y luego volvió por la brasa de carbón.
Pero cuando estaban a mitad del río, la paja sintió que se estaba quemando con el calor de la brasa y casi sin querer hizo un movimiento brusco, y de una sacudida la tiró al agua.
Cuando la castaña lo vio, le dio un ataque de risa. Se reía tan a gusto, de ver a la brasa remojada, se reía con tanta fuerza, que reventó.
La paja llegó a la orilla completamente chamuscada.
La brasa llegó más tarde, apagada por completo, chorreando.
Llegaron además muy enfadadas las dos con la castaña porque se había reído cuando ellas lo pasaban mal, pero cuando vieron que con la risa había reventado su piel, y estaba destrozada, se compadecieron y fueron a buscar al sastre para que la remendara y le recosiera el roto.
El sastre sólo tenía un trozo de tela de color más claro que el de la piel de la castaña, y tuvo que arreglárselo poniéndole un pedazo de ese color.
Por eso ahora andan todas las castañas con un trozo de piel, que parece un trocito más claro.
¡Que viva el Magosto!