SOBRE LOS ÚNICOS QUE PUEDEN DECIR SI UNO HA SIDO UN BUEN PADRE
|
http://revista.canariasday.es |
¿Existe algún medidor, algún parámetro, algún extraño algoritmo que diga cuándo alguien lo hace bien como padre? Creo que el más fiable es, sin duda, el bíblico "por sus frutos los conoceréis". En este caso los frutos son, evidentemente, los hijos, pero para que su juicio fuera sincero y real habría que esperar a que éstos crecieran y se pronunciasen (es lo que tienen los niños muy pequeños, da igual que sus padres les desprecien, les humillen, o les traten mal, que ellos siempre se van a poner del lado de mamá y papá).
Llegados a la edad adulta, su juicio es el único que tiene validez, pues todos sabemos que las apariencias engañan, que muchas familias dan una imagen totalmente falsa, que lo que puedan percibir y decir la sociedad, e incluso los parientes más o menos allegados, pocas veces se corresponde con la realidad, al no conocer de primera mano qué es lo que allí se cocía.
No habría que evaluar los logros académicos -"qué buenos padres fuimos que os dimos una carrera", ni los económicos -"qué buenos padres fuimos que nunca os faltó de nada"; tampoco habría que mirar el saber estar y las fórmulas de cortesía aprendidas -"qué buenos padres fuimos que se os podía llevar a cualquier sitio, y llamaba la atención lo bien educados que os teníamos", ni el reconocimiento social adquirido -"qué buenos padres fuimos que todos ven que venís de una buena familia", ni el historial delictivo -"qué buenos padres fuimos que no acabasteis en la cárcel ni en la droga".
La pregunta clave sería "¿has sido un niño feliz?". Porque muchas veces se da por sentado que todos los niños son felices, por el rollo ese de la felicidad de la ignorancia, y de la inocencia, y bla bla bla. Menuda estupidez. Por otro lado, se asocia la infelicidad de un niño a que hayan abusado de él, o le hayan molido a palos. Como si no hubiera otras formas de maltrato, más sutiles, menos físicas, pero igual de brutales a nivel emocional. Como si uno no se pudiera quejar de lo asqueroso de su infancia a no ser que cada día recibiera una paliza con el cinturón. Como si los traumas que muchos adultos arrastran sólo tuvieran su origen en casos de pederastia. Como si gritar, agraviar, aterrorizar, minar la confianza, aniquilar la autoestima y destruir la personalidad fuesen peccata minuta.
¿Has sido un niño feliz? Con tu carrera, tu dinero, tus juguetes, tu ropa de marca, tus viajes, tus modales exquisitos y tu perfecta urbanidad, ¿has sido un niño feliz?
Como si el convertirse en un hombre o una mujer de provecho, bueno y honesto fuese mérito exclusivo de los buenos padres que uno tuvo. Pues no es verdad. Y puede ser precisamente todo lo contrario, quizá sean así porque se dieron cuenta de que lo que había que hacer era no seguir su ejemplo, y no ser como ellos.
Ya lo dije en otra ocasión, y me reafirmo en mis palabras. Mi éxito como madre vendrá cuando mis hijos puedan decir, en su edad adulta, que fueron unos niños plenamente felices. Darles comida, vestido, techo, educación... eso es lo mínimo, eso no es nada, eso es lo menos que un padre puede hacer.
En el título he puesto que nuestros hijos serán nuestros jueces. A nadie le gusta sentirse juzgado, ahora nos creemos tan superiores y tan autosuficientes que la idea de que alguien nos diga que hemos hecho algo mal nos resulta insufrible. Somos capaces de apechugar con lo que sea antes de reconocer nuestros errores. Y somos expertos en inventar y encontrar excusas: "lo hice lo mejor que pude", "no sabía más", "todo el mundo lo hacía así", "así me mandaron hacerlo", "no pude evitarlo", "te quiero con toda mi alma", "daría mi vida por ti".
La buena noticia es que pocos hijos le dirán a la cara a sus progenitores "he tenido una infancia desgraciada, habéis sido unos malos padres"; hasta ahí llega el amor de los hijos. O será que pocos padres se atreven a preguntar a sus hijos adultos: "hijo, ¿has sido un niño feliz?".