DE CÓMO ACABAMOS TODOS EN LA MISMA CAMA
Confieso que una de las primeras
cosas que hice al volver a casa, tras dar a luz en el hospital, fue meter al
niño en la cuna. Parecerá una estupidez, pero quería ver cómo quedaba mi
muñequito allí, entre las sábanas recién lavadas con Norit bebé, con su colcha
y sus chichoneras hechas por encargo. Resquicios de la infancia, supongo, de
cuando jugaba con la Nenuco meona y la acostaba en una cunita metálica.
Y ahí lo veis. Perdido como un quinto en día de permiso,
como un santo sin paraíso, como el ojo del maniquí, que diría Sabina. Perdido
en la inmensidad de la cuna. Suerte que papi había dejado el moisés preparado,
con sus fundas y sus sábanas azules, y ahí nos disponíamos a dejarlo pasar sus
primeras noches. Pero nuestro niño era de esos caprichosos que tienen la mala
costumbre de dormirse tomando la teta. Así que, tras la última toma de la
noche, en cuanto se quedaba frito, lo trasladábamos a su moisés. Allí dormía
plácidamente tres o cuatro horas seguidas, hasta que el hambre volvía a
despertarle. Esto coincidía con algún momento de la madrugada, hora de coger al
pequeño (a veces papi, a veces yo) y enchufarlo
en la teta (siempre yo).
A tales horas no estaba yo para
cronometrar los diez minutos de cada pecho
prescritos por el pediatra*, así que, lo confieso, le dejaba en la teta, en el
medio de papi y mami, hasta que nos quedábamos dormidos. Y no pasaba nada (nada
malo, se entiende).
Este era el tour que, noche sí,
noche también, realizaba nuestro pequeño: teta
en el sofá - moisés - cama papás - moisés.
Muchas veces la vuelta se iniciaba en teta
en cama papás, y muchas otras no
llegaba a la etapa final moisés. Y
así, sin traumas, sin pensarlo ni premeditarlo, con toda la naturalidad del
mundo, nuestro pequeño se fue instalando poco a poco en el medio de la cama
matrimonial (pasando a ser, desde entonces, la cama familiar).
Una última confesión: cuando ya
dormía casi toda la noche de un tirón, se me ocurrió meterlo en su cuna
(después de dormirlo en brazos, claro). Aquella noche hubo tormenta (como
tantas otras noches en nuestra lluviosa ciudad), y el papá empezó a
preocuparse, no fuera a ser que el niño se asustase. “Va a ser mejor traerlo con nosotros, por si no puede dormir”,
dice, mientras va corriendo a por la criatura, que roncaba como un angelito,
ajeno a la lluvia, los truenos y los relámpagos.
Y descubrimos que así, juntitos
los tres, era como mejor dormíamos todos.
*(De cómo han cambiado nuestro pediatra y la enfermera de pediatría os
hablaré en otra ocasión, pero adelanto que desde hace al menos cuatro años,
promueven la lactancia a demanda, de verdad, sin relojes ni horarios.)
"La felicidad para mí consiste en gozar de buena salud,
en dormir sin miedo y despertarme sin angustia"
(FranÇoise Sagan)