No tengo Personal Trainer, ni Personal Shopper. Ni asistente ni estilista, ni Chef ni Relaciones Públicas, ni Abogado, ni Terapeuta, ni Guardaespaldas. Pero lo que sí tengo en casa es Life Coach. Y tres, a falta de uno.
Con edades comprendidas entre los dos y los siete años, mis Life Coaches ejercen a domicilio 24 horas al día, todos los días de la semana, sábados y domingos incluidos. Mis Life Coaches no me someten a largas sesiones inspiradoras para "asistirme a alinearme con el flujo
de amor incondicional, alegría y abundancia del Universo", tampoco me machacan con charlas emotivas para que me "abra al flujo de posibilidades infinitas, con la intención de
que manifieste mi propósito en la vida con gracia y facilidad,
recibiendo y sintiendo todo el apoyo y las bendiciones del Universo." No. Ellos, simplemente con sus palabras y sus acciones, se encargan de mostrarme su modo de afrontar la vida, y me recuerdan que hubo un tiempo en el que era todo mucho más sencillo: un camino recto, llano, espacioso y lleno de luz, no como la intrincada senda de la vida adulta, repleta de curvas, cuestas, pendientes, bifurcaciones, atajos, rodeos y laberintos, con callejones oscuros y pasadizos estrechos. Y me hacen reflexionar y plantearme cuántos de aquellos rodeos han sido realmente necesarios, cuántas cuestas han venido por orgullo o cabezonería, y en cuántos laberintos he vagado por haber perdido el norte o por haber olvidado lo realmente importante. Mis Life Coaches me muestran su modo de transitar por este camino, y me desafían a enfrentar las distintas situaciones de la vida como lo harían ellos, plenamente y con sus cinco sentidos.
VISTA: Ver la vida como ellos, con ojos de niño, con inocencia y credulidad, con ilusión y confianza. Con ojos inquietos y ávidos por descubrir. Escrutar todo con curiosidad y entusiasmo, no en busca del fallo, el defecto y el error, sino disfrutando de la visión, atentos y receptivos por si en cualquier instante común surgiese algo extraordinario que lo tornase mágico. No con mirada de viejo resabiado y de vuelta de todo, desencantado y escéptico, incapaz de emocionarse y de dejarse sorprender. Mirar más allá de envoltorios y oropeles, más allá de apariencias y
máscaras. Viendo con los ojos, pero percibiendo con el corazón.
OÍDO: Oír como un niño, con esa sordera selectiva que les hace ignorar aquello que no les interesa, y les dota, al mismo tiempo, de una potente parabólica capaz de captar conversaciones que no son de su incumbencia. Qué bien nos vendría para hacer oídos sordos cada vez que alguien se pone las vestiduras de "experto" y nos larga un discursito ex-cátedra para reprendernos/censurarnos/corregirnos/adoctrinarnos. Y por otro lado, qué bien nos vendría ese oído para fascinarnos con los sonidos más sencillos y hermosos, como el tarareo de una canción, un silbido despreocupado, el piar de un pajarillo, el traquetear rítmico de un tren, o el maullar de un minino (venga, o para mondarnos de risa con el sonido de un pedete o un eructo).
OLFATO: Oler como ellos (recién salidos del baño), a limpio, a puro, a Denenes y a burbujas, a sinceridad y transparencia. Y si en algún momento olemos a caca, no tener reparos en admitirlo y pedir ayuda -como lo hace un niño- y dejar que alguien nos eche una mano para librarnos de la mierda. Y percibir también los olores como lo hacen ellos: llenando los pulmones al máximo, disfrutando sin mesura de los agradables, y rechazando de plano y sin miramientos los que nos repelen. Sin tener que tragar el aire por compromiso, ni aguantar estoicamente la respiración porque lo hagan los demás, sino taparnos la nariz y vomitar en la misma cara de la fetidez, dejando bien clara nuestra repulsa.
GUSTO: Saborear como lo hace un niño. Disfrutando al máximo de lo que le gusta, chupándose los dedos y relamiendo el plato. No pasarse toda la vida a dieta, constreñidos por el qué pensarán los demás o qué dirán de mí, sino deleitarse sabia y sanamente en los manjares que la vida ofrece, sin obsesionarse por entrar en una talla en la que no cabemos, la talla que todo el mundo espera que usemos porque es la que se lleva, la que usa la mayoría, o la que promueven los gurús del momento. Apreciando las cosas sencillas, sin condimentos superfluos ni aditamentos excesivos, sin florituras ni adornos: la grandeza de un bocadillo de nocilla frente a un laborioso y complejo plato deconstruido, reconstruido, perfumado, sazonado, coloreado y reducido, de tamaño minúsculo, precio desorbitado y nombre imposible.
TACTO: Tocar la vida como el niño que come a manos llenas, sin preocuparse por las normas de urbanidad; que juega con la arena, la nieve o el barro sin estar pendiente de manchas, enfangándose hasta los codos; que se esfuerza por atrapar el mar en su mano, sin darse por vencido por mucho que el agua se le escurra entre los dedos. Vivir la vida a puñados, desterrando el "Eso no se toca", y palpando, acariciando y abrazando aquello que consideramos bueno y justo, aquello por lo que vale la pena luchar. Disfrutar la vida con ilusión y en plenitud, derrochando amor, generosidad y empatía, de tal modo que toquemos, al mismo tiempo, las vidas de todos aquellos que nos rodean.
Esto intentan enseñarme mis Life Coaches. Y aunque no puedo pretender que mi vida sea como la suya, pues no puedo desentenderme de mis responsabilidades como persona adulta y como madre, sí que muchas veces me ayudan a poner las cosas en la perspectiva correcta, a darles el valor que se merecen, o a quitarles la importancia que no tienen. Y es que, como dice el tópico, los hijos cambian la vida, y pienso que si les dejamos, nos ayudan a vivirla de una manera mejor.