DE CÓMO SALIMOS INDEMNES DE NUESTRO ENCUENTRO CON LOS SALVAJES
Hace un par de semanas nos fuimos, como buenos exploradores intrépidos que somos, a visitar un poblado indígena. Nada más llegar, me sorprendió lo avanzado de su arquitectura, y lo moderno de su vestimenta. Incluso llegué a pensar que nos habíamos equivocado de itinerario, y que aquello no era una tribu de salvajes. Pero me equivoqué. Además de salvajes, los habitantes de aquel poblado eran abiertamente incivilizados y hostiles. Unos proferían improperios en su lengua nativa, otros se dedicaban a lanzarse pedruscos, y otros a escupir desde un promontorio. Una piedra y un escupitajo nos pasaron rozando.
"¿Qué tribu será esta?", pensé. Mi primera opción fueron los Jíbaros, pero no se veían cabezas reducidas por ningún lado. Mi segunda apuesta fueron los Yanomami, pero no se asemejaban a los de la foto que había visto en la wikipedia:
Me dí cuenta de que, sorprendentemente, solo había individuos de muy corta edad a nuestro alrededor. Los miembros adultos de la tribu se mantenían bien lejos, cada cual enfrascado en sus propios asuntos. Usando entonces mis grandes conocimientos antropológicos, y echando mano de la Guía de Supervivencia de la Srta. Pepys que llevaba en la mochila, deduje hábilmente que dicho poblado pertenecía a la tribu de los Sinsumami, Sinsupapi, y Sinningúnadultoresponsablealcargo.
También se les conoce como "Niños asalvajados sueltos en el parque sin supervisión ni vigilancia".
Pues sí. Confieso que aborrezco profundamente ir al parque. Yo sola -con tres- ni me lo planteo, pero de vez en cuando algún alma caritativa (léase abuelas o tías) se ofrece a acompañarnos, y ahí sí nos lanzamos a la aventura, como sucedió aquel día.
A mis niños les encanta ir, pero yo prometo que sufro. Sufro cuando veo al pequeño trepar por esas construcciones de madera que fabrican con la fea costumbre de dejar zonas sin protección, ni tobogán, ni rampa. Tan sólo el vacío y la nada. La leche que se meten cuando caen de ahí es de órdago, y lo digo por experiencia. Sufro con los niños que avasallan a otros en el tobogán. Con los que monopolizan el columpio. Con los que salpican agua de la fuente. Con los que arrojan arena a los ojos de los demás. Con los que atropellan con la motofeber y luego se dan a la fuga. Con los que dan balonazos en la cabeza o en la barriga de las embarazadas. Con los que escupen desde los sitios elevados. Con los que tiran piedras del tamaño de una patata mediana. Pero sufro todavía más cuando veo a los adultos -supuestamente responsables- sentados en los bancos, leyendo sus libros, jugando con sus ipads, o de charla distendida con otros. Cuando no están en una terracita (más o menos lejana, qué más da) de cervezas. O cómodamente en su casa, o en su negocio, casualmente situados justo al lado del parque. Sufro, y me indigno.
Y ya me sé de memoria el rollo de que los padres también tenemos derecho a disfrutar, y que no hay nada malo en cultivar las amistades parquiles, que no se puede ser tan sobreprotectores y no hay que estar encima de los niños, que hay que dejarles a su aire, para que socialicen, y maduren, y resuelvan sus conflictos y bla, bla, bla. Estoy de acuerdo. A mí también me gusta sentarme en el banco, de tertulia con otras madres, disfrutando del aire libre, y del solecito si hay suerte. Pero tengo el suficiente sentido común para darme cuenta de que, hoy por hoy, esto no es posible. Quizá dentro de tres o cuatro años pueda hacerlo, cuando no tenga niños pequeños a los que echar mi (¿sobreprotector?) ojo. Porque conozco a mis hijos, y sé perfectamente a cuál puedo dejarle campar a sus anchas, y a cuál hay que atarle en corto. Así que mi vida social en el parque se reduce a microconversaciones (a pie) interrumpidas por un "te dejo que no veo a este", "espera que voy a darle el plátano al otro", o un "¡¡¡Cuidado que te matas!!!".
Y me pregunto qué pasa con el resto de padres. ¿Dónde estaban los de los niños que tiraban el pedrusco que no le dio en la cabeza al Pequeño de milagro? ¿O los de los niños escupidores? ¿O los de la niña que intentó echar al Mediano del columpio? Ninguno de ellos creo que superase los 6 años, y aunque tuviesen 14, si sé que mi hijo es de naturaleza asilvestrada (como tengo yo alguno), ¿no debería estar más pendiente de él? Por su propia seguridad, y por la de los otros usuarios del parque. Quizá esos padres no conozcan a sus hijos, y piensen que tienen un modelo de conducta y civismo en casa. O quizá se esté más cómodo con el culo pegado al banco, leyendo el libro, jugando con el ipad, o de charla distendida con otros adultos.