viernes, 21 de diciembre de 2012

SALUDOS, TERRÍCOLAS


SOBRE MIS INCIPIENTES SOSPECHAS DE QUE NO SOMOS DE ESTE PLANETA


Mi auditorio estaba formado por media docena de niños entre 9 y 13 años, y sin saber cómo, nuestra conversación derivó al hecho de que en casa no teníamos ninguna consola. Sus pequeñas bocas se abrieron -literalmente- una cuarta, y sus miradas eran mitad incredulidad, mitad asombro.
-Pero ¿cómo? ¿No tenéis la wii?
-No, aunque a veces jugamos en casa de mi hermana.
-¿Y la PSP?
-Tampoco.
-¿Y la Nintendo DS? ¿Y videojuegos?- detecto que la tensión va in crescendo.
-Pues no.
-Al menos tendréis ordenador con internet, ¿no?- preguntan con ansiedad.
-Sí… -suspiros de alivio resuenan en el auditorio- pero mis hijos pocas veces juegan con él.
-¿¿¡¡Y con qué juegan entonces!!??- la desazón se apodera nuevamente de ellos- ¿No será… con libros? 
Silencio sepulcral en la sala. Respiraciones contenidas. ¿Libros? ¿Papel? ¿Sin pantallas, ni mandos, ni imágenes en movimiento? ¡Horror! Si al menos fueran e-books…
-Bueno, tienen muchos libros y les gusta mirarlos, sobre todo si son de animales, pero también tienen un montón de juguetes: coches, trenes, pistas, dinosaurios, playmobil, juegos de mesa, pelotas, bloques de construcción, puzzles, etc. etc. etc.
Y ante tal revelación todos me miraron como si yo fuera alguien raro, un ser extraterrestre, venido de otra galaxia para lavar los cerebros de los niños e intentar convencerles de que hay vida más allá de Playstation. O quizá eran miradas de compasión por mis hijos que –pobrecitos ellos- no tienen consolas en casa por culpa de unos padres lunáticos. Porque dónde se ha visto que niños de 6 y (casi) 4 años jueguen con… juguetes!!!

jueves, 20 de diciembre de 2012

FRASES PARA EL OLVIDO O PARA EL RECUERDO: "DORMIR CON LOS HIJOS ES UNA ABERRACIÓN"

DE LAS COSAS QUE NOS PERDEMOS POR NO DORMIR CON NUESTROS NIÑOS

La frase del título me la dedicó una compañera de trabajo (qué tiempos aquellos, cuando trabajaba embarazada de ocho meses y dejaba a mi hijo mayor de dos años en casa de mi madre, ¡ay!, con la mujer de provecho que yo era, y mírame ahora, convertida en madre mantenida y ama de casa ociosa). Decía que me la dedicó una compañera de trabajo, conocedora de nuestra perniciosa costumbre de dormir con nuestro retoño. 
Y a ella le dedico yo este post, para que vea lo que se ha perdido:
-Guerras sin cuartel: por mantener la sábana bajera en su sitio, por la posesión (o no) del edredón y la manta (el "mamá tengo calor" significa que ya nadie puede taparse, y el "mamá tengo frío" implica que todos hemos de asarnos como pollos), por el uso o desuso de la almohada... Tema aparte es la lucha fratricida por estar al lado de mamá: "¿Por qué no te arrimas a papi?", "Porque tú eres más guapa y más calentita" (semejantes argumentos desarman a cualquiera), "Vale, pero no aplastes a tu hermano" (que no argumenta nada, pero ya ha conquistado el sitio que quería.)
-Movimientos sísmicos: no voy a hablar de gases expelidos bajo las sábanas, que una es muy fina para eso, sino del revuelo que se monta cuando de madrugada uno de los niños decide cambiar de postura o de sitio en la cama, arrollando si es preciso al resto de prójimos. Esto explica por qué al día siguiente pueden aparecer con los pies en tu cara, o en diagonal, o en paralelo a la almohada sobre tu cabeza.
-Masaje pedestre: ríete tú de las técnicas milenarias procedentes de Asia, nada comparado con un par de pies menuditos (o más) masajeando delicadamente tu espalda, tus riñones, tu barriga, tu cabeza o lo que se tercie (añádase a esto que la temperatura de dichos pinreles suele oscilar entre 1º y 8º C).
-Hilo musical variado: esa nariz atascada de mocos, esa tos perruna, ese sutil ronquidito infantil...
-Compartir los sueños de tus hijos: alegrarse con sus carcajadas o consolar rápidamente sus llantos cuando ríen o lloran en sueños.
-Oír voces: escuchar sus frases, casi siempre sin sentido, mientras hablan en sueños. El resto de la noche se pasa en vela meditando sobre el significado, contenido y análisis morfosintáctico de aquello, no vaya  a ser que se trate de un mensaje del más allá, o de un trauma oculto del más acá.  
-Comprobar de primera mano cuánta verdad encierra el clásico refrán "el que con niños se acuesta, mojado se levanta" (o con el pijama lleno de sus babas y mocos. Del vómito ya no hablamos). 
-Paseos nocturnos: "tengo pis" (excursión al cuarto de baño), "tengo sed" (excursión a la cocina si no se ha sido lo suficientemente previsor como para dejar el agua a mano), "tengo mocos" (excursión en busca de un pañuelo si no se quiere acabar como en el punto anterior).
-Confidencias a medianoche: la oscuridad, la cercanía, y el silencio de la noche en ocasiones propician que los niños cuenten aquello que se les olvidó decir durante el día, o que compartan un secreto, o revelen una inquietud o una preocupación: en el cole se rieron de mí, echo de menos al abuelo Manolo en el cielo, no quiero que os muráis nunca...
-Gran colofón: despedirse del marido, que ante la ausencia de espacio físico decide (no sin antes resistir hasta las dos de la madrugada) dormir algo en el sofá o en la cama del niño, entre sábanas de Mickey Mouse, junto al despertador de Bob Esponja y arropado -o acosado- por tres o cuatro peluches gigantes y media docena de figuras de animales o de acción (¡ay! ese triceratops clavándote sus tres cuernos en el riñón tocado del cólico).

Todo esto, sumado a la aparición frecuente y reiterada de tortícolis y contracturas varias, hace que nos acordemos del ínclito Dr. Estivill, y pensemos "qué listo el cabrito, al final lo de "enseñar a dormir" a los bebés y niños era una causa noble, todo por el bienestar de los padres (que eso de pensar primero en los hijos ya está muy desfasado)". 

Y una noche más volvemos a la cama familiar (que no matrimonial), y nos dormimos con una sonrisa y con sus cuerpecitos bien pegados a los nuestros, acariciándoles, respirando su olor, acompañándoles durante la noche, quizá algo incómodos pero felices, acostumbrados todos, cómo no, a esa terrible "aberración".

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL ACELERADOR DE PARTÍCULAS

DE CÓMO EL PATERFAMILIAS ES ESPECIALISTA EN ACELERAR 
A LOS INFANTES PROPIOS Y AJENOS


Acelerador de partículas del CERN (abc.es)
Última hora de la tarde. Por enésima vez (y no será la última) intentas retomar, o instaurar esas rutinas que, según los expertos, hacen que los niños se vayan calmando, y acepten de buen grado el irse a la cama: baño caliente y relajante, hora de la cena, hora del cuento y hora de dormir.
Pero lo que los expertos no saben es que, en muchas ocasiones, el baño sí es caliente, pero de relajante tiene poco, sino más bien es del tipo: "¡¡¡no salpiques!!!, ¡mamá, quema!, ¡¡¡no le mees encima a tu hermano!!!, ¡mamá, fría!, ¡¡¡devuélvele ese submarino!!!, ¡el triceratops es mío!, ¡¡¿quién ha metido este muñeco con pilas en la bañera?!!, ¿hoy toca pelo?, ¡¡¡Vaya si toca!!! ¡En los ojos nooo! ¡¡¡No te muevas!!! ¡En las orejas noooo! ¡¡¡Estáte quieto!!! ¡Buaaaa! ¡¡¡Y tú no te bebas el agua!!!".
Los expertos tampoco saben que hay niños que se toman literalmente lo de la hora de la cena, con lo que o les metes un poco de prisa, o reenganchan con el desayuno (del extraño caso del niño que tragaba la tortilla de patatas y masticaba las natillas de chocolate os hablaré otro día).
El caso es que ya has superado las primeras pruebas, están bañados, cenados, y con el pijama puesto, quizá incluso ya has conseguido que estén dentro de la cama, y de repente... aparece él: el paterfamilias, también conocido como "el acelerador de partículas". Tiempo atrás ya había demostrado sus mañas al jugar con el sobrino mayor, para disfrute del enano y desesperación de su madre "¡es que lo aceleras todo! ¡A ver ahora quién lo tranquiliza para dormir!", pero una pensaba que con los hijos actuaría diferente, tendría en cuenta que los niños necesitan dormir y descansar y bla bla bla. Nada más lejos de la realidad. Si incluso el pequeño, cuando tenía poquitos meses, sabía que con papi había marcha y juerga, mientras mami "sólo" daba teta y mimos. 
Así que entra en la habitación, se tumba en la cama, y los tres (oh, qué raro) se abalanzan sobre él. A partir de aquí, risas, gritos, saltos, cosquillas, "arre, caballito", "te tengo prisionero", "vamos a liberarle", sábanas por el aire y edredones por el suelo. Y el reloj que sigue su curso, y los niños que siguen sin dormir, cada vez más despejados y acelerados. Entonces el paterfamilias se da cuenta de la hora que es, y de que el resto de niños de la ciudad hace ya dos horas que duerme, y decide pasar a la fase "hora del cuento", que cómo no, dura literalmente otra hora. Y en el cuento hay dragones, y dinosaurios, y niños exploradores, y risas, y criaturas fantásticas, y chistes, y más risas, y todos despiertos y sin la menor intención de cerrar el ojo. Y toca la fase "hora de dormir", que dura... ¿lo adivináis? Sí, otra horita de "no puedo dormir", "quiero agua", "tengo pis", "tengo calor", etc. etc. etc. El pequeño cae dormido en la teta (uno de tres), al mediano le vence el cansancio y empieza a ronronear bajo la almohada (dos de tres), y el mayor completa su proceso de deceleración con un oportuno masaje en la espalda. Para cuando se duerme, la mamá ya ha empezado a roncar (pleno de cuatro), y el paterfamilias, con medio cuerpo fuera del colchón de 135 cm., se va a ver en la tele algo que no sean dibujos animados, donde urdirá, seguramente, nuevas maneras de acelerar las partículas de sus hijos (y de paso las de su mujer).

lunes, 10 de diciembre de 2012

MI VIDA ENTRE MONTAÑAS


-¿Puedo hacerte unas preguntas, mami?- me preguntó el mayor hace unos días, nada más despertarse.
-Sí, claro- respondí yo, quitándome la legaña del ojo.
-¿El abeto a mí me puede hablar?- inquirió, todo serio.
-¿Cómo?- aquello me cogió desprevenida, con el cerebro aún a medio despertar.
-¿Qué sonidos son los que oigo yo?- continuó el mayor, incapaz ahora de contener la risa. Y acto seguido empezó a cantar la canción de “Abuelito, dime tú”, de Heidi, a la que pertenecían esas preguntas del abeto y los sonidos.
Y reflexioné, una vez más, que mi vida se asemeja cada vez más a la de Heidi. No porque tengamos por ahí un abuelito (que sí lo hay, pero en su casa con la abuelita), ni porque tengamos cabritas (que sí las hay, pero de las de dos patas), sino porque vivo, como la adorable niñita de mejillas sonrosadas y cabello corto, entre montañas.
No son los Alpes, pero resultan igual de imponentes: la montaña de ropa para lavar, la montaña de ropa para planchar, la montaña de cacharros sin fregar, la montaña de juguetes sin recoger, la montaña de polvo sobre los muebles, la montaña de pelusas bajo el sofá, la montaña de pañales usados…
Que nadie se extrañe si un día de estos, en alguna de estas montañas se produce un alud, me cae encima, y perezco en el acto sin remedio.
Yodele-ji-jú!

lunes, 3 de diciembre de 2012

SIN MOVER EL CULO


DE CÓMO ALGUNOS ADULTOS GENERAN UNA SUSTANCIA ADHESIVA DE FIJACIÓN EXTRAFUERTE QUE NO LES PERMITE MOVERSE DE SU (CÓMODO) SITIO

PROHIBIDO MOVER EL CULO
EN FAVOR DE LOS HIJOS

Estábamos en el restaurante del IKEA tomando un café (está bien, lo confieso, yo pedí un chocolate con churros) mientras los niños jugaban. Llegaron dos niñas, una tendría tres años y la otra quizá nueve, qué se yo. Las acompañaban dos señoras mayores, que no tardamos en identificar como la abuela y su hermana. La niña más pequeña no paraba quieta, corriendo de aquí para allá, quitándose las botas, ignorando a su abuela, saltando las escaleras, pidiendo comida al resto de la gente, tirándose por el suelo… nada que no haga cualquier niño sano de edad similar. Hasta que la niña decidió que era muy divertido dirigirse a su abuela, y también a mi hijo mediano, con la frase “hola tonto”. Y aún más divertido era aplastarle la cabeza a mi hijo pequeño (de 19 meses) contra el suelo. Ahí ya saltamos el papá y yo al rescate del churumbel, que se limitó a poner su característico “morrito” de desolación, sin verter una lágrima (porque eso sí, nuestros niños son de piedra, y no de mantequilla). A la niña le recriminamos su acción de buenas maneras, claro, pensando que ya la abuela le diría lo que viene al caso. ¿Y qué hizo la buena mujer? NADA. Quedarse con el culo pegado a la silla. Ni una palabra le dijo, se conoce que ya había gastado el cupo de reprimendas cuando le espetó “ven a la sillita de pensar” (y yo sin saber que las tenían en IKEA) cuando la desobedeció al quitarse las botas (y ni puñetero caso le hizo a la abuela, claro).

A la mañana siguiente, el papá llevó a los niños al cole. Dejó al mayor en su fila, y acompañó al mediano a la suya, la de los niños de tres años. Allí estaba, tranquilito y bien colocadito, hasta que uno de sus compañeros le atiza con la bolsa de la merienda en la cabeza. El mediano, que es de pocas palabras pero de reflejos rápidos, se la devuelve (allá van las galletas de dinosaurus hechas añicos). El papá sale de su sitio para mediar en el conflicto. El adulto responsable del niño agresor (en este caso, su abuela) no mueve ni un músculo. El papá se retira, pensando que la paz se ha instaurado. Iluso. Como si no conociera a su propio hijo: el mediano, un hombre de acción, no está satisfecho con las negociaciones, por lo que se dirige al niño y le salta –literalmente- a la yugular. Y el otro niño, que tampoco es manco, va y le propina un tirón de pelos (ay, los preciosos ricitos de mi niño). El papá que vuelve a intervenir. Y la abuela que vuelve a no hacer NADA, ni para reprender a su nieto, ni tampoco, cosa rara, para defenderlo.

¿Pero qué pasa con estas dos abuelas? ¿Qué pasa con el creciente número de adultos, tanto padres como abuelos, que no hacen NADA cuando sus hijos o nietos la montan? ¿Qué lumbrera dictaminó que no hay que darle importancia a las cosas que les suceden? ¿A qué imbécil se le ocurrió aquello de que no hay que intervenir en los conflictos de los hijos, que tienen que aprender a solucionar ellos solos sus problemas, que así maduran y se hacen autónomos? Me río yo de los padres que abogan por la “no intervención” cuando sus hijos son los que atizan, los que abusan o los que insultan; los mismos que –oh, casualidad- cuando sus hijos son los agredidos, los humillados o los ofendidos, intervienen, ¡y de qué forma!, con toda la mala leche y la mala educación del mundo.

Así que, a los padres comodones y egoístas que se escudan en el “son cosas de niños”: ¡moved el culo!
Y a aquellos que no podemos quedarnos quietos cuando les hacen algo a nuestros hijos, aún a riesgo de que nos tilden de “sobreprotectores” (uf, uno de los peores insultos para un padre): ¡bien hecho! ¡Seguiremos moviéndonos!

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