viernes, 21 de diciembre de 2012

SALUDOS, TERRÍCOLAS


SOBRE MIS INCIPIENTES SOSPECHAS DE QUE NO SOMOS DE ESTE PLANETA


Mi auditorio estaba formado por media docena de niños entre 9 y 13 años, y sin saber cómo, nuestra conversación derivó al hecho de que en casa no teníamos ninguna consola. Sus pequeñas bocas se abrieron -literalmente- una cuarta, y sus miradas eran mitad incredulidad, mitad asombro.
-Pero ¿cómo? ¿No tenéis la wii?
-No, aunque a veces jugamos en casa de mi hermana.
-¿Y la PSP?
-Tampoco.
-¿Y la Nintendo DS? ¿Y videojuegos?- detecto que la tensión va in crescendo.
-Pues no.
-Al menos tendréis ordenador con internet, ¿no?- preguntan con ansiedad.
-Sí… -suspiros de alivio resuenan en el auditorio- pero mis hijos pocas veces juegan con él.
-¿¿¡¡Y con qué juegan entonces!!??- la desazón se apodera nuevamente de ellos- ¿No será… con libros? 
Silencio sepulcral en la sala. Respiraciones contenidas. ¿Libros? ¿Papel? ¿Sin pantallas, ni mandos, ni imágenes en movimiento? ¡Horror! Si al menos fueran e-books…
-Bueno, tienen muchos libros y les gusta mirarlos, sobre todo si son de animales, pero también tienen un montón de juguetes: coches, trenes, pistas, dinosaurios, playmobil, juegos de mesa, pelotas, bloques de construcción, puzzles, etc. etc. etc.
Y ante tal revelación todos me miraron como si yo fuera alguien raro, un ser extraterrestre, venido de otra galaxia para lavar los cerebros de los niños e intentar convencerles de que hay vida más allá de Playstation. O quizá eran miradas de compasión por mis hijos que –pobrecitos ellos- no tienen consolas en casa por culpa de unos padres lunáticos. Porque dónde se ha visto que niños de 6 y (casi) 4 años jueguen con… juguetes!!!

jueves, 20 de diciembre de 2012

FRASES PARA EL OLVIDO O PARA EL RECUERDO: "DORMIR CON LOS HIJOS ES UNA ABERRACIÓN"

DE LAS COSAS QUE NOS PERDEMOS POR NO DORMIR CON NUESTROS NIÑOS

La frase del título me la dedicó una compañera de trabajo (qué tiempos aquellos, cuando trabajaba embarazada de ocho meses y dejaba a mi hijo mayor de dos años en casa de mi madre, ¡ay!, con la mujer de provecho que yo era, y mírame ahora, convertida en madre mantenida y ama de casa ociosa). Decía que me la dedicó una compañera de trabajo, conocedora de nuestra perniciosa costumbre de dormir con nuestro retoño. 
Y a ella le dedico yo este post, para que vea lo que se ha perdido:
-Guerras sin cuartel: por mantener la sábana bajera en su sitio, por la posesión (o no) del edredón y la manta (el "mamá tengo calor" significa que ya nadie puede taparse, y el "mamá tengo frío" implica que todos hemos de asarnos como pollos), por el uso o desuso de la almohada... Tema aparte es la lucha fratricida por estar al lado de mamá: "¿Por qué no te arrimas a papi?", "Porque tú eres más guapa y más calentita" (semejantes argumentos desarman a cualquiera), "Vale, pero no aplastes a tu hermano" (que no argumenta nada, pero ya ha conquistado el sitio que quería.)
-Movimientos sísmicos: no voy a hablar de gases expelidos bajo las sábanas, que una es muy fina para eso, sino del revuelo que se monta cuando de madrugada uno de los niños decide cambiar de postura o de sitio en la cama, arrollando si es preciso al resto de prójimos. Esto explica por qué al día siguiente pueden aparecer con los pies en tu cara, o en diagonal, o en paralelo a la almohada sobre tu cabeza.
-Masaje pedestre: ríete tú de las técnicas milenarias procedentes de Asia, nada comparado con un par de pies menuditos (o más) masajeando delicadamente tu espalda, tus riñones, tu barriga, tu cabeza o lo que se tercie (añádase a esto que la temperatura de dichos pinreles suele oscilar entre 1º y 8º C).
-Hilo musical variado: esa nariz atascada de mocos, esa tos perruna, ese sutil ronquidito infantil...
-Compartir los sueños de tus hijos: alegrarse con sus carcajadas o consolar rápidamente sus llantos cuando ríen o lloran en sueños.
-Oír voces: escuchar sus frases, casi siempre sin sentido, mientras hablan en sueños. El resto de la noche se pasa en vela meditando sobre el significado, contenido y análisis morfosintáctico de aquello, no vaya  a ser que se trate de un mensaje del más allá, o de un trauma oculto del más acá.  
-Comprobar de primera mano cuánta verdad encierra el clásico refrán "el que con niños se acuesta, mojado se levanta" (o con el pijama lleno de sus babas y mocos. Del vómito ya no hablamos). 
-Paseos nocturnos: "tengo pis" (excursión al cuarto de baño), "tengo sed" (excursión a la cocina si no se ha sido lo suficientemente previsor como para dejar el agua a mano), "tengo mocos" (excursión en busca de un pañuelo si no se quiere acabar como en el punto anterior).
-Confidencias a medianoche: la oscuridad, la cercanía, y el silencio de la noche en ocasiones propician que los niños cuenten aquello que se les olvidó decir durante el día, o que compartan un secreto, o revelen una inquietud o una preocupación: en el cole se rieron de mí, echo de menos al abuelo Manolo en el cielo, no quiero que os muráis nunca...
-Gran colofón: despedirse del marido, que ante la ausencia de espacio físico decide (no sin antes resistir hasta las dos de la madrugada) dormir algo en el sofá o en la cama del niño, entre sábanas de Mickey Mouse, junto al despertador de Bob Esponja y arropado -o acosado- por tres o cuatro peluches gigantes y media docena de figuras de animales o de acción (¡ay! ese triceratops clavándote sus tres cuernos en el riñón tocado del cólico).

Todo esto, sumado a la aparición frecuente y reiterada de tortícolis y contracturas varias, hace que nos acordemos del ínclito Dr. Estivill, y pensemos "qué listo el cabrito, al final lo de "enseñar a dormir" a los bebés y niños era una causa noble, todo por el bienestar de los padres (que eso de pensar primero en los hijos ya está muy desfasado)". 

Y una noche más volvemos a la cama familiar (que no matrimonial), y nos dormimos con una sonrisa y con sus cuerpecitos bien pegados a los nuestros, acariciándoles, respirando su olor, acompañándoles durante la noche, quizá algo incómodos pero felices, acostumbrados todos, cómo no, a esa terrible "aberración".

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL ACELERADOR DE PARTÍCULAS

DE CÓMO EL PATERFAMILIAS ES ESPECIALISTA EN ACELERAR 
A LOS INFANTES PROPIOS Y AJENOS


Acelerador de partículas del CERN (abc.es)
Última hora de la tarde. Por enésima vez (y no será la última) intentas retomar, o instaurar esas rutinas que, según los expertos, hacen que los niños se vayan calmando, y acepten de buen grado el irse a la cama: baño caliente y relajante, hora de la cena, hora del cuento y hora de dormir.
Pero lo que los expertos no saben es que, en muchas ocasiones, el baño sí es caliente, pero de relajante tiene poco, sino más bien es del tipo: "¡¡¡no salpiques!!!, ¡mamá, quema!, ¡¡¡no le mees encima a tu hermano!!!, ¡mamá, fría!, ¡¡¡devuélvele ese submarino!!!, ¡el triceratops es mío!, ¡¡¿quién ha metido este muñeco con pilas en la bañera?!!, ¿hoy toca pelo?, ¡¡¡Vaya si toca!!! ¡En los ojos nooo! ¡¡¡No te muevas!!! ¡En las orejas noooo! ¡¡¡Estáte quieto!!! ¡Buaaaa! ¡¡¡Y tú no te bebas el agua!!!".
Los expertos tampoco saben que hay niños que se toman literalmente lo de la hora de la cena, con lo que o les metes un poco de prisa, o reenganchan con el desayuno (del extraño caso del niño que tragaba la tortilla de patatas y masticaba las natillas de chocolate os hablaré otro día).
El caso es que ya has superado las primeras pruebas, están bañados, cenados, y con el pijama puesto, quizá incluso ya has conseguido que estén dentro de la cama, y de repente... aparece él: el paterfamilias, también conocido como "el acelerador de partículas". Tiempo atrás ya había demostrado sus mañas al jugar con el sobrino mayor, para disfrute del enano y desesperación de su madre "¡es que lo aceleras todo! ¡A ver ahora quién lo tranquiliza para dormir!", pero una pensaba que con los hijos actuaría diferente, tendría en cuenta que los niños necesitan dormir y descansar y bla bla bla. Nada más lejos de la realidad. Si incluso el pequeño, cuando tenía poquitos meses, sabía que con papi había marcha y juerga, mientras mami "sólo" daba teta y mimos. 
Así que entra en la habitación, se tumba en la cama, y los tres (oh, qué raro) se abalanzan sobre él. A partir de aquí, risas, gritos, saltos, cosquillas, "arre, caballito", "te tengo prisionero", "vamos a liberarle", sábanas por el aire y edredones por el suelo. Y el reloj que sigue su curso, y los niños que siguen sin dormir, cada vez más despejados y acelerados. Entonces el paterfamilias se da cuenta de la hora que es, y de que el resto de niños de la ciudad hace ya dos horas que duerme, y decide pasar a la fase "hora del cuento", que cómo no, dura literalmente otra hora. Y en el cuento hay dragones, y dinosaurios, y niños exploradores, y risas, y criaturas fantásticas, y chistes, y más risas, y todos despiertos y sin la menor intención de cerrar el ojo. Y toca la fase "hora de dormir", que dura... ¿lo adivináis? Sí, otra horita de "no puedo dormir", "quiero agua", "tengo pis", "tengo calor", etc. etc. etc. El pequeño cae dormido en la teta (uno de tres), al mediano le vence el cansancio y empieza a ronronear bajo la almohada (dos de tres), y el mayor completa su proceso de deceleración con un oportuno masaje en la espalda. Para cuando se duerme, la mamá ya ha empezado a roncar (pleno de cuatro), y el paterfamilias, con medio cuerpo fuera del colchón de 135 cm., se va a ver en la tele algo que no sean dibujos animados, donde urdirá, seguramente, nuevas maneras de acelerar las partículas de sus hijos (y de paso las de su mujer).

lunes, 10 de diciembre de 2012

MI VIDA ENTRE MONTAÑAS


-¿Puedo hacerte unas preguntas, mami?- me preguntó el mayor hace unos días, nada más despertarse.
-Sí, claro- respondí yo, quitándome la legaña del ojo.
-¿El abeto a mí me puede hablar?- inquirió, todo serio.
-¿Cómo?- aquello me cogió desprevenida, con el cerebro aún a medio despertar.
-¿Qué sonidos son los que oigo yo?- continuó el mayor, incapaz ahora de contener la risa. Y acto seguido empezó a cantar la canción de “Abuelito, dime tú”, de Heidi, a la que pertenecían esas preguntas del abeto y los sonidos.
Y reflexioné, una vez más, que mi vida se asemeja cada vez más a la de Heidi. No porque tengamos por ahí un abuelito (que sí lo hay, pero en su casa con la abuelita), ni porque tengamos cabritas (que sí las hay, pero de las de dos patas), sino porque vivo, como la adorable niñita de mejillas sonrosadas y cabello corto, entre montañas.
No son los Alpes, pero resultan igual de imponentes: la montaña de ropa para lavar, la montaña de ropa para planchar, la montaña de cacharros sin fregar, la montaña de juguetes sin recoger, la montaña de polvo sobre los muebles, la montaña de pelusas bajo el sofá, la montaña de pañales usados…
Que nadie se extrañe si un día de estos, en alguna de estas montañas se produce un alud, me cae encima, y perezco en el acto sin remedio.
Yodele-ji-jú!

lunes, 3 de diciembre de 2012

SIN MOVER EL CULO


DE CÓMO ALGUNOS ADULTOS GENERAN UNA SUSTANCIA ADHESIVA DE FIJACIÓN EXTRAFUERTE QUE NO LES PERMITE MOVERSE DE SU (CÓMODO) SITIO

PROHIBIDO MOVER EL CULO
EN FAVOR DE LOS HIJOS

Estábamos en el restaurante del IKEA tomando un café (está bien, lo confieso, yo pedí un chocolate con churros) mientras los niños jugaban. Llegaron dos niñas, una tendría tres años y la otra quizá nueve, qué se yo. Las acompañaban dos señoras mayores, que no tardamos en identificar como la abuela y su hermana. La niña más pequeña no paraba quieta, corriendo de aquí para allá, quitándose las botas, ignorando a su abuela, saltando las escaleras, pidiendo comida al resto de la gente, tirándose por el suelo… nada que no haga cualquier niño sano de edad similar. Hasta que la niña decidió que era muy divertido dirigirse a su abuela, y también a mi hijo mediano, con la frase “hola tonto”. Y aún más divertido era aplastarle la cabeza a mi hijo pequeño (de 19 meses) contra el suelo. Ahí ya saltamos el papá y yo al rescate del churumbel, que se limitó a poner su característico “morrito” de desolación, sin verter una lágrima (porque eso sí, nuestros niños son de piedra, y no de mantequilla). A la niña le recriminamos su acción de buenas maneras, claro, pensando que ya la abuela le diría lo que viene al caso. ¿Y qué hizo la buena mujer? NADA. Quedarse con el culo pegado a la silla. Ni una palabra le dijo, se conoce que ya había gastado el cupo de reprimendas cuando le espetó “ven a la sillita de pensar” (y yo sin saber que las tenían en IKEA) cuando la desobedeció al quitarse las botas (y ni puñetero caso le hizo a la abuela, claro).

A la mañana siguiente, el papá llevó a los niños al cole. Dejó al mayor en su fila, y acompañó al mediano a la suya, la de los niños de tres años. Allí estaba, tranquilito y bien colocadito, hasta que uno de sus compañeros le atiza con la bolsa de la merienda en la cabeza. El mediano, que es de pocas palabras pero de reflejos rápidos, se la devuelve (allá van las galletas de dinosaurus hechas añicos). El papá sale de su sitio para mediar en el conflicto. El adulto responsable del niño agresor (en este caso, su abuela) no mueve ni un músculo. El papá se retira, pensando que la paz se ha instaurado. Iluso. Como si no conociera a su propio hijo: el mediano, un hombre de acción, no está satisfecho con las negociaciones, por lo que se dirige al niño y le salta –literalmente- a la yugular. Y el otro niño, que tampoco es manco, va y le propina un tirón de pelos (ay, los preciosos ricitos de mi niño). El papá que vuelve a intervenir. Y la abuela que vuelve a no hacer NADA, ni para reprender a su nieto, ni tampoco, cosa rara, para defenderlo.

¿Pero qué pasa con estas dos abuelas? ¿Qué pasa con el creciente número de adultos, tanto padres como abuelos, que no hacen NADA cuando sus hijos o nietos la montan? ¿Qué lumbrera dictaminó que no hay que darle importancia a las cosas que les suceden? ¿A qué imbécil se le ocurrió aquello de que no hay que intervenir en los conflictos de los hijos, que tienen que aprender a solucionar ellos solos sus problemas, que así maduran y se hacen autónomos? Me río yo de los padres que abogan por la “no intervención” cuando sus hijos son los que atizan, los que abusan o los que insultan; los mismos que –oh, casualidad- cuando sus hijos son los agredidos, los humillados o los ofendidos, intervienen, ¡y de qué forma!, con toda la mala leche y la mala educación del mundo.

Así que, a los padres comodones y egoístas que se escudan en el “son cosas de niños”: ¡moved el culo!
Y a aquellos que no podemos quedarnos quietos cuando les hacen algo a nuestros hijos, aún a riesgo de que nos tilden de “sobreprotectores” (uf, uno de los peores insultos para un padre): ¡bien hecho! ¡Seguiremos moviéndonos!

jueves, 15 de noviembre de 2012

TENGO UN ALMIRANTE EN CASA

Imagen sacada de flickr.com

DE CÓMO FUE EL PRIMER ATAQUE 

Lo ha vuelto a hacer. 
En la mañana del pasado lunes, el almirante volvió a desplegar sus naves.
Aún recuerdo claramente la primera vez que lo hizo, y cómo su ataque marítimo nos pilló a todos absolutamente desprevenidos: allí estábamos, cómodos y relajados, disfrutando plácidamente de las reconfortantes y cálidas aguas, tan confiados como ignorantes de la amenaza que se cernía sobre nosotros.
Todo era quietud. Todo era silencio. Pero la calma se tornó en histeria, y el reposo en agitación. De repente, cuatro o cinco fragatas irrumpieron en nuestras pacíficas aguas, trayendo consigo el caos, la pestilencia, y enturbiando todo a su paso.
¡¡¡Evacuación, evacuación!!! Los más rápidos consiguieron escapar pronto, corriendo a  buscar refugio en tierra seca. Otros no fueron tan afortunados, y permanecieron en el agua, imposibilitados de huir de ella, sucumbiendo a los efectos del devastador ataque.
Pánico, gritos, angustia, arcadas, llantos, más gritos, agua por todas partes, y cuatro o cinco fragatas desintegrándose en mitad del océano de nuestra bañera.
El almirante, ajeno a todo, sigue a lo suyo, sonriente y satisfecho por haber soltado todas sus naves, pero empezando a inquietarse por la tensión del ambiente que le rodea. Más gritos, más llantos, más arcadas.
El almirante, finalmente, rompe a llorar. Su madre logra sacar al mediano de la bañera, que aún sigue deshaciéndose en arcadas y lágrimas. Con el almirante en brazos, su madre logra retirar los juguetes que flotan (o se hunden) en la bañera, mientras los cuatro o cinco buques de guerra de color oscuro siguen su proceso de desintegración. El almirante, que es el pequeño, llora. El mediano llora también. El mayor no llora, pero está en paradero desconocido, probablemente andará intentando secarse con algo en vete tú a saber dónde.
La madre del almirante, aún dentro de la bañera, y con el almirante en brazos, ya no sabe si es mejor quitar el tapón antes o después de retirar las fragatas. No hay mucho tiempo para pensar, dos niños lloran, y aquello se deshace cada vez más. Alguna ya está diluida del todo, es que encima el almirante andaba un poco suelto, no podía hacerla durita y compacta, no. Si haces algo, que sea a lo grande. El agua turbia y con grumos de color marrón rodea las piernas de la madre, que finalmente decide coger aquello y tirarlo por el retrete antes de quitar el tapón.
Ahora a retirar la alfombra antideslizante de la bañera, también con restos. Sólo falta lavar a los niños de nuevo, esta vez modo ducha, no baño, lo que origina más lloros debido al odio natural que la manguera despierta en los infantes de más tierna edad.
Con los niños ya limpios y vestidos, sólo resta desinfectar la bañera, la alfombra, y los juguetes.
La madre del almirante ya no sabe si es peor que la mano le huela a caca o a lejía; lo que sí sabe es que, después de esto, cada vez tiene menos y menos y menos escrúpulos.

viernes, 2 de noviembre de 2012

QUINCY, EL DE LOS LITTLE EINSTEINS


SOBRE NIÑOS Y RACISMO




Un grupo de niños de seis años discutía sobre qué libro coger.
-¿Éste de la niña con las calabazas, o éste del negro?- preguntó uno.

En otra ocasión, mi hijo mayor (de cinco años) me hablaba sobre los dibujos animados de los Little Einsteins, y me decía que su personaje favorito era Quincy.
-¿Y cuál es Quincy?- pregunté yo.
-¡Mamá!- respondió, con ese tono característico, mezcla de asombro y decepción ante la ignorancia de los adultos, que suelen emplear los niños- ¡Es el de la gorra!
Se había fijado en la gorra como rasgo distintivo, no en lo oscuro de su piel. No dijo “el negro”, como seguramente habría dicho el niño de la escena anterior, y yo me sentí, una vez más, muy orgullosa de él. Porque me demostró que los niños, de por sí, no son racistas. Es algo que adquieren y que copian, al igual que imitan esa manera tan peculiar de señalar a alguien como “negro”, enfatizando la “e”, con tono despectivo.
Los niños son capaces de ver más allá del color de la piel, o en otras palabras, son capaces de no verlo. Pero ahí estamos los adultos, con nuestra pretendida superioridad intelectual y nuestra supuesta autoridad moral, empeñados en “abrirles los ojos”.

Otro caso real: en clase de mi hijo, desde el primer curso, había una niña de Sudamérica (otro término que no soporto, “sudaca”, que muchos mayores usan con absoluta ligereza, y que luego repiten alegremente sus hijos pequeños). Y no fue hasta el tercer año con ella, que mi hijo vino a casa diciendo que la profe les había dicho que esa niña tenía la piel oscura. Para él fue todo un descubrimiento, porque no había reparado en ello. O mejor dicho, claro que lo había visto, pero no le había dado la menor importancia. ¿Por qué habría de hacerlo? Hasta entonces era una compañera más del colegio. Pero los adultos, en nuestro afán de “vamos a ser todos muy políticamente correctos, y enseñar a estos pequeños racistas en potencia a distinguir entre las distintas razas, y a saber diferenciarlas bien, y luego les enseñaremos que son todas iguales, y hay que respetar a todas”. Una absoluta estupidez, en mi opinión.
¿Qué necesidad hay de explicarle a un niño éste es negro, éste blanco, éste amarillo? Explícales que son todos niños, y punto. No le hagas ver tú unas diferencias que hasta ahora para él no existían.

En fin. No descubro nada nuevo si digo que los niños se educan en su casa, y no en el colegio. Y por eso, en este tema, como en muchas otras cuestiones importantes, lo que cuenta es lo que oyen y ven en casa, (mucho más que todo lo que pretendemos “enseñarles”).


lunes, 29 de octubre de 2012

FELIZ CUMPLEAÑOS



Hoy el primogénito cumple seis años. Así que...

Feliz, feliz en tu día,
amiguito, que Dios te bendiga,
Que reine la paz en tu vida
y que cumplas muchos más.

¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!

lunes, 15 de octubre de 2012

TIPOS DE MADRES (Y IV)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS LLEGAR A CONOCER (O SER)


Madre Cóndor: esta madre imita al ave de la famosa canción peruana “El cóndor pasa”. Por increíble que parezca, la Madre Cóndor pasa bastante de sus hijos. En el parque, es la típica calientabancos que “suelta” a su prole y se pone de charla y comadreo con otros progenitores. En una reunión (como una fiesta de cumpleaños infantil), es la que está en el centro de todas las conversaciones de los adultos, bebiendo, comiendo, relajándose. La Madre Cóndor pasa, se desentiende, y elude su responsabilidad de vigilar y supervisar a sus hijos. Como si otras personas tuvieran la obligación de velar por ellos (como la Madre Osa, por ejemplo, “de paso que mira por su hijo, que le eche un ojo al mío”, piensa). La Madre Cóndor se mueve a medio camino entre la indiferencia y la dejadez, amparada bajo la teoría de que no es bueno “intervenir” ni mediar en los conflictos de los hijos. La Madre Cóndor considera que los niños, a partir de 3 años, ya tienen que buscarse la vida por sí mismos, por lo que no hay que meterse en sus asuntos, en sus peleas, ni en sus riñas: “tienen que ser autónomos y maduros, y arreglar sus problemas entre ellos”. Casualmente, este razonamiento y este proceder se dan principalmente cuando el hijo de la Madre Cóndor es el agresor, el hostigador o el abusón. Pero todos estos argumentos pedagógicos se vienen abajo cuando es su hijo el agraviado, el agredido, el insultado o el marginado. Ahí la Madre deja de ser cóndor para sacar las garras de oso, y el discursito de “no hay que darle importancia, son cosas de niños”, cambia por el de “¡a ver si vigilas un poco al animal de tu hijo, que mira lo que le ha hecho al mío!”
Madre Macho Agresivo En Celo: si algo caracteriza a este tipo de madre es lo peligrosa que resulta para sus hijos. La Madre Macho Agresivo En Celo no piensa en nadie más que en sí misma, y en satisfacer sus egoístas deseos (que suele hábilmente enmascarar bajo el nombre de “necesidades”). Su consigna es “si yo estoy feliz, mis hijos estarán felices”, y sus acciones se basan en este razonamiento tan erróneo como inválido. La Madre Macho Agresivo En Celo no duda en usar la violencia en todas sus formas: física, psicológica, verbal, emocional, y todas las demás que puedan existir. Y si tiene que aplastar, matar o comerse a las crías que se interponen en su camino, lo hace.
Madre Zorra: no debe su nombre al hecho de compartir madriguera con sus hijos, y tampoco le viene por ser especialmente astuta. La Madre Zorra lo es por méritos propios: por descalificar al resto de madres (e hijos, y personas en general) que no hacen lo que ella dice, ni son como ella pretende. Por despreciar y por insultar, aunque sea “desde el cariño”. Por juzgar y por criticar. Por creer que su manera de hacer las cosas es la única válida. Por aprovecharse de la bondad y la buena educación de los demás. Por abusar de la confianza y la buena fe. Por andar con comparaciones y con chismes. Por envidiosa y por intrigante. Por mala persona y peor madre. Por inculcar y transmitir a sus hijos la idea de que para “triunfar” en la vida hay que ser egoísta, interesado y ruin. Por transmitir el legado de la mezquindad y la zorrería. Por todo ello (y más cosas que cualquiera podría añadir), se le denomina Madre Zorra (sin ánimo de ofender a las raposas). Que Dios nos libre de ellas. 


TIPOS DE MADRES (Y YA VAN III)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS LLEGAR A CONOCER (O SER)

Madre Gato Negro: que el nombre no nos lleve a engaño. No estamos ante una variedad de la prodigiosa y benefactora Madre Gata, sino de otra especie bien distinta. Es ésta una criatura mezquina, peligrosa, y dañina para su entorno. Se caracteriza por pensar (y dejar claro que lo piensa) que ella es así por una cuestión de mala suerte, y que el resto de madres son como son porque nacieron con una pata de conejo en el bolsillo. La Madre Gato Negro no pudo dar el pecho porque ¡mala suerte! no tenía leche, no como la Madre Vaca, que tuvo la suerte de sí tenerla (las grietas, la sangre en los pezones, las mastitis, u otros obstáculos que la Madre Vaca tuviera que superar con tenacidad y empeño, no cuentan). La Madre Gato Negro perdió su trabajo por mala suerte, no como la Madre Pingüino Emperador, a la que no pillaron en la oficina y en horario laboral, enganchada al Facebook (que la Madre Pingüino Emperador trabajase, en vez de rascar la barriga frente al ordenador, no cuenta). La Madre Gato Negro tiene mala suerte con su hijo, porque no sabe dormir solo, y tuvo que llamar a la Supernanny, al SuperEstivill, y al SuperPericodelosPalotes, no como la Madre Osa, tan afortunada ella que su niño duerme toda la noche de un tirón (que lo haga acompañado en la cama de sus padres, no cuenta).
Madre Pingüino Emperador: este tipo de madre se caracteriza por salir y sumergirse en los turbulentos mares del mundo laboral en busca de sustento, dejando el huevo, perdón, el niño, a cargo del macho. Si el macho no está disponible, la Madre Pingüino Emperador (aquella a la que no pillaron en la oficina y en horario laboral enganchada al Facebook, porque a diferencia de otros, ella sí trabaja, no rasca la barriga frente al ordenador), buscará alguien de confianza que se haga cargo de su hijo. La Madre Pingüino Emperador no empaqueta a sus hijos a la primera de cambio, ni prefiere quedarse en el trabajo antes que “aguantar a sus hijos en casa”.    
Madre Mono Aullador: confieso, para mi vergüenza, que ésta soy yo en muchas ocasiones (más de las que quisiera, y muchas más de las que debiera). Al igual que los monos aulladores (los mamíferos terrestres más ruidosos), mis chillidos pueden escucharse a una distancia de casi 5 kms. ¿Por qué grita tanto este tipo de madre? Puede ser para captar la atención de sus hijos (¡¡¡¿Es que no me oyes?!!!), para conseguir que éstos hagan algo (¡¡¡Acábate el Colacao de una vez!!!), para intentar evitar una desgracia (¡¡¡No le saltes en la cabeza a tu hermano!!!), o para prevenir de algún peligro (¡¡¡El niño ha cogido el cuchillo!!!). En cualquier caso, esta conducta es bastante reprobable. Gritar es muy feo, y hace daño a los niños (y no sólo a sus tiernos oídos). Por eso, en muchas ocasiones, la Madre Mono Aullador se arrepiente, se acerca a sus hijos con el rabo entre las piernas para pedirles perdón, y se esfuerza por combatir el exceso de decibelios en su hogar. La Madre Mono Aullador que intenta dejar de serlo, en ningún caso debe actuar como la Madre Gato Negro, justificando lo injustificable, ni echando la culpa a los demás.

TIPOS DE MADRES(II)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS LLEGAR A VER Y SER 


Madre Osa: la Madre Osa comparte su cama con sus hijos, cual osa con sus oseznos en la osera. La cama matrimonial pasa así a formar parte del pasado, o de “la otra vida”. Ahora es la cama familiar. Cuando se presentan problemas de espacio, la Madre Osa tiene varias opciones, entre las que destacan el método LIFO (los últimos en entrar son los primeros en salir), y la teoría de medición de volúmenes, tras la cual lo más seguro es que papá (o el miembro que más ocupe en la cama-osera) quedará out. Por otro lado, la Madre Osa se caracteriza por defender y proteger a sus hijos, poniendo su cuidado y seguridad por encima de todo
Madre Pulpo: he aquí un auténtico prodigio de la naturaleza. La Madre Pulpo, con sólo dos brazos, se desenvuelve como si tuviera ocho. A la hora de la comida, por ejemplo, la Madre Pulpo es capaz de darle la teta al pequeño, cucharada de arroz al mediano, cortar el filete del mayor, vigilar que no se queme el estofado, contestar al teléfono, recoger las servilletas del suelo, servir el agua y rascarse la punta de la nariz, todo al mismo tiempo (o casi).
Madre Gata: también conocida como Madre Pulpo con Sentido Arácnido, este tipo de madre presenta unos reflejos y una capacidad de reacción de lo más extraordinario. Evita que los recipientes con líquido vuelquen, que los bebés caigan del cambiador, y que los niños se tiren del sofá. En espacios abiertos, puede llegar a prevenir caídas de columpios, precipitaciones desde lugares elevados, y que un resbalón se convierta en un romper los dientes contra el suelo. La destreza de la Madre Gata no conoce límites: caza al vuelo la papilla que resbala de la boca de su bebé antes de que llegue al babero, intercepta el dedo con moco de su hijo en el fugaz trayecto nariz-boca, detiene la mano mamporril de su infante antes de que llegue a su objetivo, esquiva proyectiles lanzados en plena guerra de juguetes, e incluso puede librarse –y contener- el chorrito de pis disparado por un niño sin pañal tumbado boca arriba.    

TIPOS DE MADRES (I)


SOBRE LOS DISTINTOS TIPOS DE MADRES QUE PODEMOS ENCONTRAR


Madre sólo hay una. ¡Vaya novedad! ¿Pero cómo es esa madre? La observación me ha mostrado que hay muchos tipos de madres, y la experiencia, que no son en ningún caso excluyentes. Todas podemos ser cualquiera de ellas, según la hora del día, el lugar donde nos encontremos, y la compañía que tengamos.

Madre Vaca: ahora mismo, ésa soy yo, una madre que –al igual que muchas otras- ha perfeccionado la técnica de usar el teclado con una sola mano y con relativa velocidad (esto no lo enseñaban en las clases de escribir a máquina, ¿eh?). Con la otra mano sujeto al pequeño (érase un niño a una teta pegado), que el señorito necesita un respaldo cómodo, que luego vienen las lesiones de cuello y espalda (las de la madre ya son irreversibles). La Madre Vaca se caracteriza, fundamentalmente, por pasar la mayor parte del tiempo dando la teta. Ha perdido gran parte del pudor y la vergüenza que le hubieran podido quedar después de la experiencia del parto, lo que le lleva a dar la teta en cualquier sitio: el parque, la playa, la calle, el cine, la cafetería, la terraza del bar, la sala de espera del médico, la iglesia, los sillones del Ikea, los pasillos del Carrefour, la mesa mientras está comiendo, la taza del w.c., la bañera… Ha perdido también la oportunidad de convertirse en una it girl, pues a la hora de elegir vestimenta, la Madre Vaca piensa no en lo económico que es ese little black dress de Dior, ni en el furor que causaría ese ajustadísimo y trendy mono con animal print, ni en lo bien que combinaría ese vestido lady con sus bailarinas vintage, sino más bien en la operatividad de esas prendas a la hora de dar el pecho. La practicidad prevalece sobre las tendencias: lo que para otras es un must, para la Madre Vaca es un how? (o mejor dicho, un “¿cómorrrr hago para sacar la teta con esta ropa sin tener que hacer un striptease?”).

Madre Koala: o canguro, o cualquier otro marsupial, de esos que llevan a su cría en la bolsa. La Madre Koala siempre anda con los hijos a cuestas. Uno, o dos, o los que pueda cargar. En la escalera, en esa cuesta tan empinada, en esta calle cuesta abajo, en su casa, en casas ajenas, haciendo la comida, intentando ver la tele, intentando dormir, dando la teta al pequeño, empujando el carrito del bebé, empujando el carro de la compra, en el parque, en la playa, en el colegio… es decir, en todo tiempo y lugar. La Madre Koala intentará responder siempre al pedido de sus hijos, hasta que la espalda y los brazos lo permitan o hagan crack!

lunes, 8 de octubre de 2012

ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

DE LOS PELIGROS DEL ABUSO DE ALGUNAS COSAS


Imagen sacada de la wikipedia
Al igual que la mayoría de la gente, en casa poseemos un arma de destrucción masiva. Aparte del cuarto de baño, claro, que si en ciertas ocasiones llegaran a propagarse sus vapores, nos las veríamos con la aniquilación fulminante de toda forma de vida, humana, animal y vegetal, en nuestro barrio y zonas limítrofes. Pero no me refiero al W.C. Tampoco es que escondamos una bomba termonuclear, ni frasquitos monodosis de virus ébola. 
Es un arma terrible, que provoca el atrofiamiento de las capacidades motoras y cognitivas. Los sujetos expuestos a ella experimentan una sensación de debilidad muscular repentina, que les obliga a apoltronarse en el sofá o en el suelo (según donde les sorprenda el impacto), mayormente en posición decúbito lateral (derecho o izquierdo). De forma progresiva van perdiendo facultades sensoriales, mermando así su oído (ya no escuchan otra cosa) y su vista (ya no ven otra cosa). Los músculos faciales pierden tonicidad, la mandíbula se descuelga, asoma la punta de la lengua, en casos severos puede llegar a haber desprendimientos de saliva por la comisura de los labios. El habla desaparece casi por completo. Se ralentizan las funciones cerebrales. Los sujetos se sumergen en un estado de letargo, a medio camino entre la hipnosis y el coma profundo. No son esporas de ántrax. No es un isótopo radiactivo. Algunos le llaman "el atontizador". Otros, simplemente, la tele.
Confieso que el pasado sábado el paterfamilias se vio tentado a usarla contra los niños. Sólo porque decidieran despertar y levantarse antes de las ocho de la mañana, cuando de lunes a viernes hay que contratar servicios de demolición para despertarles, y grúa para sacarlos de la cama. Nada extraño, pues como casi todo el mundo sabe, esta es una práctica habitual de los niños en edad escolar. 
Volvamos a los hechos. Se ve que el paterfamilias tenía mucho sueño (sería porque el bebé había dado la serenata durante la madrugada), y quiso seguir el ejemplo de estos padres modernos de ahora, que tienen a los niños bien enseñados (no como nosotros), y saben que el fin de semana está terminantemente prohibido entrar en el dormitorio matrimonial (¿cómo no van a entrar nuestros hijos si es que ya no han salido, porque duermen allí?), y si se levantan antes que papá y mamá, tienen orden expresa de ir (sin hacer ruido) a ver la tele (bajito, para no molestar), porque mira que son listos que saben ponerla ellos solitos y seleccionar clan TVE, o Boing, o lo que se tercie (si en alguna cadena salen monstruos, o asesinos en serie, o violadores, o todo junto, qué más da, si nadie se va a dar cuenta, y de paso ampliamos vocabulario "gilip...", "hijo de la gran...", "pedazo de maric..." (ah, no, que todo eso ya lo sabían, que son niños muy espabilados, no como los nuestros), y nos vamos acostumbrando a la violencia y a las escenas tórridas. 
Pues bien, creo que fue después del tercer o cuarto salto sobre sus riñones cuando el paterfamilias le dice al mayor que se vayan a ver la tele. Dicho y hecho. No hubo que insistir. Mi superoído no tardó en captar el sonido lejano (la puso bajita, qué considerado) de la televisión de la sala, era Mickey Mouse y su "si queréis la herramienta, decid..."
En un primer momento pensé en no hacer nada. Yo también tenía sueño. Pero la imagen de los tres infantes "atontizados" en el sofá me estremeció profundamente. ¿Cuántas horas seguidas de tele serían capaces de ver? "Hasta el infinito, ¡y más allá!", como diría Buzz Lightyear. Y ahí sí que no. ¿Y si sufrían alguna lesión irreversible por sobredosis de "Atontadol"? Por encima de mi soñoliento cadáver. Me levanté como pude, rauda y veloz, y aparecí en la sala antes de que los niños pudieran decir "...pimienta". Me los encontré, cómo no, sentaditos en el sofá (aún no se habían tumbado), quietecitos, en silencio, sin molestar, con los ojos clavados en la pantalla y las boquitas entreabiertas. 
Desactivé el aparato pulsando el botón rojo. Hubo lloros varios y protestas enérgicas que duraron 2,5 segundos, el tiempo que tardamos en ir a desayunar. Pudieron desentumecer los miembros de sus cuerpos casi al instante, porque la exposición al peligro había sido mínima. Tampoco hubo daños colaterales.

P.S. El paterfamilias se levantó una hora más tarde: "No pude dormir nada, porque no estabas a mi lado". "Pues chico, ya eres mayorcito". ¿Tendré que aplicarle el método Estivill? Le preguntaré a los padres modernos de ahora

viernes, 28 de septiembre de 2012

TATO, TO, TETA

SOBRE LA TERCERA PALABRA QUE DIJERON MIS NIÑOS


TATO
TO
TETA 

Me encantan los típicos libros infantiles de "Mis Primeras Palabras". Con esos dibujos tan monos,  y esas fotos tan bonitas que ilustran las primeras 100, ó 50 (o cualquier otro número redondo) palabras que todo infante debería saber. Nosotros los tenemos en español y en inglés, pero recuerdo (aún lo tiene mi madre en su casa, con tropecientas capas de cinta adhesiva sujetando la tapa y las hojas) uno de los años 70-80 en versión trilingüe gallego-inglés-español ("As miñas primeiras palabras en galego", se titula). Los hay de tamaños distintos, unos incorporan sonidos, y otros presentan diferentes texturas. Qué os voy a contar, si estaréis cansados de verlos (y leerlos).
Pues bien. Las dos primeras palabras de mis hijos fueron, por este orden, "mamá" y "papá". Igual que la inmensa mayoría de niños, supongo, salvo en el caso de los hijos superdotados de las vecinas, que empiezan diciendo "biocombustión", "termorregulador", o "acelerador de partículas",  y antes de los dos años ya declaman a Shakespeare o a Calderón de la Barca (estos son los mismos niños que ya andaban a los nueve meses, dejaron el pañal al año y medio, y siempre comieron mejor que los tuyos). Pero son excepciones. 
¿Y la tercera palabra? A nuestro primogénito le dio por decir Tato, tato, tato... a todas horas. De hecho, durante aquella época, uno de sus tíos le llamaba cariñosamente "Tatiño". Vale, ya sé que no es una palabra "de verdad", pero tiene su gracia.
Nuestro segundo hijo siempre ha sido de pocas palabras (es más bien un hombre de acción), y lo tercero que soltó por su boquita de piñón fue To. Tampoco es una palabra, pero sí que era una advertencia. Coincidió con esa fase "pegona" tan adorable y característica de muchos niños, y el nuestro, antes de soltar el mamporro, decía ¡To, to! (¿abreviatura de "Toma sinvergüenza, así aprenderás lo que es bueno"? Quizá.)
Nuestro tercer hijo empezó con Eteté (y yo le decía "quita, quita, de ETTs nada, tú sólo contratos en empresas serias"), y ahora se debate entre Rrrrrrrrrrrrr!!!!, Rororó, Aba (en alusión a todo lo que se pueda comer y/o beber) y Ete ("mi casa" y "teléfono" aún no lo dice). Pero su favorita, la estrella de su amplio vocabulario es, con diferencia y sin ninguna duda... Teta, teta, teta. A veces me lo dice dulce, meloso, y con una sonrisa en los labios. Y otras, si mami se hace la remolona, lo dice con voz fuerte y el ceño fruncido. Exigiendo lo suyo.
Tato, To, Teta. Todos a vueltas con la letra T.

jueves, 27 de septiembre de 2012

QUIERO UNA CAPA DE INVISIBILIDAD

DE CÓMO A VECES ME DAN GANAS DE OLVIDAR AQUELLO DE "NO A LA VIOLENCIA", Y PREFERIRÍA SER COMO LOS SUPERHÉROES, SIN ESCRÚPULOS, SIN REMORDIMIENTOS, Y SIN LIMITACIONES


Imagen sacada de Google
La quiero para estar con mis niños en el colegio. 
Para seguir a mi hijo mediano a su clase, y comprobar si es cierto que deja de llorar cuando me marcho y le meten a rastras en su aula. Tengo que saber cómo calman su disgusto, y cuánto tiempo duran sus suspiros. Si le consuelan con cariño o si le ignoran hasta que se tranquiliza. Si le dejan tirado en el suelo, bañado en lágrimas y mocos, o intentan levantarle con amor y limpiarle con cuidado. Tengo que descubrir si hay silla de pensar, o silla negra, o cualquier otro tipo de asiento dañino, vergonzante y maligno; y en cuanto tenga ocasión, a la hoguera de San Juan con ella.


Pero confieso que la quiero también para usarla con fines perversos. Para convertirme en una superheroína, de esas que dialogan poco y reparten mucho. Una superheroína repartidora de collejas. 
Seguiría también a mi hijo mayor. Para darle una colleja (o dos) al niño que a veces le empuja y le molesta en la cola de la entrada, ante la mirada impasible de su madre (ya se sabe, "son cosas de niños, no hay que meterse, que lo resuelvan entre ellos"; por cierto, otro par de collejas para ella). Para darle dos (o tres) collejas a la listilla de turno (¿tiene que tener una al lado en cada curso?) que se burla de sus trabajos, y los tilda de "porquería" mientras auto-alaba los suyos (dos collejas más para los padres de la criatura, por no enseñarle a distinguir entre educación y sinceridad, y por confundir el fomento de la autoestima con la ausencia de humildad). Y tres collejas más para el "niño popular de la clase", tan ejemplar él que se dedica a descalificar a sus compañeros, a reírse de ellos y a insultarles (mega-colleja para sus padres, menos cartillas Rubio y más empatía, menos fútbol, y más educación).
Quiero esa capa. Y que incluya capacidad de vuelo, supervelocidad, e hiperdestreza collejil. La quiero. La necesito. Así que, por favor, Harry Potter, préstame la tuya.

P.S. Acepto también la de Frodo Bolsón.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

UN ROEDOR EN CASA

DE CÓMO SE HACEN CADA VEZ MAYORES



Hoy el primogénito empezó el cole. Primero de primaria. 
Adiós a los mandilones, a escribir con lápiz y a trabajar sólo con fichas. Ahora empezará a usar bolígrafo, a llevar mochila y a traer deberes a casa. Tendrá que lidiar con profesores nuevos, y con libros de texto de tropecientas páginas que espero puedan heredar sus hermanos.

-Mamá, tengo miedo del cole.
-¿Por qué?
-Porque no va a estar la profe Charo.
-Pero tendrás otros profes estupendos, que te van a cuidar y a querer tanto como te quiere Charo.

Además, anoche, por primera vez, el Ratoncito Pérez visitó nuestra casa.
-Mamá, ¿el Ratoncito Pérez existe?- me preguntó antes de quedarse dormido.
-¿Tú crees que existe?- le pregunté yo.
-Sí.
-Pues claro que existe, mi niño.
-¿Y qué vas a hacer si de noche te despiertas y lo ves?
-Coger una escoba y darle unos buenos mamporros. O mejor gritar, y llamar a papá para que lo eche fuera, que a mí los ratones me dan mucho asco.
Y él se moría de risa.

Y esta mañana, bajo la almohada, encontró un sobre de pegatinas de animales, una moneda de chocolate, dos monedas de verdad (para comprar más pegatinas, claro), una bolsita de gominolas y un vale por un trozo de tortilla de patatas.

Y papá le llevó al cole. Con miedo, pero valiente. 
Un curso más, y un diente menos. 


"Todo el mundo puede hacerse mayor. Lo único que se requiere es vivir el tiempo suficiente" (Groucho Marx)


martes, 4 de septiembre de 2012

EN BUSCA DEL ERUCTO PERDIDO

DE CÓMO NOS OBSESIONAMOS POR ALGO INNECESARIO

Siempre he oído que en algunos países es de mala educación no eructar después de comer, porque se considera que si la comida te ha gustado y saciado, has de corroborarlo con un sonoro eructo. Algo así pasa con los bebés. Parece que si no echan el megaeructo después de cada toma, es que algo va mal.
Me resulta curioso ver bebés a los que tienen sentados, golpeándoles la espalda durante cinco, diez o más minutos, hasta que finalmente eructan (como para no hacerlo con tanto meneo y tanto golpecito). 
Aunque no hace falta mirar a los demás. Nosotros también tuvimos esa fase, esa obsesión por quitarle los gases y arrancarle un eructo de sus entrañas, fuera como fuese. Sucedió, cómo no, con nuestro primer hijo (el que paga toda la inexperiencia de los padres primerizos).
Creíamos que el ritual del eructo era obligatorio, igual que la ley de cambiar el pañal después de cada toma. Huelga decir que lo hacíamos pensando en el bien del niño, pero me doy cuenta de que no pensábamos tanto en su bienestar como en lo que otros decían que era su bienestar. 
¿A quién se le ocurre coger a un bebé, que se ha quedado plácidamente dormido en la teta (o en la tetina) y ponerse a incorporarlo para que eructe, y cambiarle el pañal para que no duerma con cuatro gotas de pis? Pues a nosotros, igual que a muchos otros padres.
Cierto es que no tardamos en constatar que nuestro hijo no era de grandes eructos, y razonamos que, si está dormido y tranquilito, es que no debe de haber ningún eructo latente, ningún gas oculto, ni ninguna meada incontenible en el pañal. Y decidimos dejarle seguir durmiendo. Y ningún problema, oye. Tantos días haciendo el paripé para nada, sobre todo de noche y de madrugada, que era cuando más nos fastidiábamos todos, bebé y papás.
Y luego una se informa, y lee a pediatras de prestigio, y a profesionales capacitados que dicen que el eructo no es necesario, y se reafirma en sus ideas, y piensa "pues no estábamos tan equivocados". 
Y una empieza a darse cuenta de que eso llamado instinto maternal (y paternal, ¿por qué no?) funciona mejor de lo que creíamos.


"El sentido común es el instinto de la verdad" (Max Jacobs)

viernes, 24 de agosto de 2012

EL CAMINO HACIA EL COLECHO III: POR FIN EN CAMA

DE CÓMO ACABAMOS TODOS EN LA MISMA CAMA

Confieso que una de las primeras cosas que hice al volver a casa, tras dar a luz en el hospital, fue meter al niño en la cuna. Parecerá una estupidez, pero quería ver cómo quedaba mi muñequito allí, entre las sábanas recién lavadas con Norit bebé, con su colcha y sus chichoneras hechas por encargo. Resquicios de la infancia, supongo, de cuando jugaba con la Nenuco meona y la acostaba en una cunita metálica.


Y ahí lo veis. Perdido como un quinto en día de permiso, como un santo sin paraíso, como el ojo del maniquí, que diría Sabina. Perdido en la inmensidad de la cuna. Suerte que papi había dejado el moisés preparado, con sus fundas y sus sábanas azules, y ahí nos disponíamos a dejarlo pasar sus primeras noches. Pero nuestro niño era de esos caprichosos que tienen la mala costumbre de dormirse tomando la teta. Así que, tras la última toma de la noche, en cuanto se quedaba frito, lo trasladábamos a su moisés. Allí dormía plácidamente tres o cuatro horas seguidas, hasta que el hambre volvía a despertarle. Esto coincidía con algún momento de la madrugada, hora de coger al pequeño (a veces papi, a veces yo) y enchufarlo en la teta (siempre yo).

A tales horas no estaba yo para cronometrar los diez minutos de cada pecho prescritos por el pediatra*, así que, lo confieso, le dejaba en la teta, en el medio de papi y mami, hasta que nos quedábamos dormidos. Y no pasaba nada (nada malo, se entiende).
Este era el tour que, noche sí, noche también, realizaba nuestro pequeño: teta en el sofá - moisés - cama papás - moisés. Muchas veces la vuelta se iniciaba en teta en cama papás, y muchas otras no llegaba a la etapa final moisés. Y así, sin traumas, sin pensarlo ni premeditarlo, con toda la naturalidad del mundo, nuestro pequeño se fue instalando poco a poco en el medio de la cama matrimonial (pasando a ser, desde entonces, la cama familiar).

Una última confesión: cuando ya dormía casi toda la noche de un tirón, se me ocurrió meterlo en su cuna (después de dormirlo en brazos, claro). Aquella noche hubo tormenta (como tantas otras noches en nuestra lluviosa ciudad), y el papá empezó a preocuparse, no fuera a ser que el niño se asustase. “Va a ser mejor traerlo con nosotros, por si no puede dormir”, dice, mientras va corriendo a por la criatura, que roncaba como un angelito, ajeno a la lluvia, los truenos y los relámpagos.
Y descubrimos que así, juntitos los tres, era como mejor dormíamos todos.

*(De cómo han cambiado nuestro pediatra y la enfermera de pediatría os hablaré en otra ocasión, pero adelanto que desde hace al menos cuatro años, promueven la lactancia a demanda, de verdad, sin relojes ni horarios.)


"La felicidad para mí consiste en gozar de buena salud, 
en dormir sin miedo y despertarme sin angustia"  
(FranÇoise Sagan)

EL CAMINO HACIA EL COLECHO II: CÓMPRAME UN MOISÉS


DE CÓMO FUIMOS ACORTANDO DISTANCIAS



Antes de que naciera mi primer hijo, tenía dos cosas clarísimas respecto a su crianza: la primera, que le daría el pecho, y la segunda, que el nene dormiría en su propia habitación. Estas convicciones estaban tan asumidas y arraigadas que me parecían incuestionables, y habían sido ratificadas, además, por el ejemplo de una amiga que hacía un año que había tenido un niño, y había procedido de esa manera.

Pero hete aquí que al nacer mi bebé, aún en el hospital, me dí cuenta de que mis convicciones eran menos férreas de lo que pensaba. Allí estaba mi muñequito, indefenso, metido en su cunita de plástico transparente. Medio metro de ternura, y tres mil diez gramos de adorabilidad. ¿Cómo no prendarse de él? ¿Cómo resistirse a cogerle en brazos? Una cosita tan dulce, un bebé tan inocente, reclamando tan sólo lo necesario para vivir, su leche, sus cuidados, sus mimos. Miradas tiernas. Caricias y abrazos. Millones de besos. Tan frágil, tan hermoso.

¿Cómo vamos a dejarle solo en una habitación? Aunque esté al lado de la nuestra, aunque tengamos un escuchabebés… mejor tenerlo cerquita, por si acaso, para comprobar que respira mientras duerme, para atenderlo mejor si llora, o si tiene hambre, o frío, o calor, o no puede dormir…
Con lo mono que había quedado su cuarto… pero bueno, ya lo usará más adelante, dentro de tres o cuatro meses, cuando no sea tan chiquitín…

“Cariño, vas a tener que ir al Mundobebé. Necesitamos un moisés para ponerlo junto a nuestra cama.” Dicho y hecho. Allá fue el recién estrenado papi. No recuerdo que hubiera que insistirle demasiado, ni que hubiera ninguna queja ni objeción por su parte. Supongo que aquellas pocas horas compartidas con el bebé bastaron para convencerle a él también de que el sitio de nuestro hijo era a nuestro lado, y no en una cuna, solo, en una habitación. Por muy bonita, acondicionada y bien decorada que estuviera.

"Ahora que estás lejos de mí, no sabes cuánto te extraño."
(Anónimo)


EL CAMINO HACIA EL COLECHO I: LA MATRONA DE EDUCACIÓN MATERNAL


DE CÓMO NOS PREOCUPAMOS POR LA NORMALIDAD 



Durante mi primer embarazo pude asistir a clases de Educación Maternal. Las impartía una encantadora matrona llamada Eugenia, que como ella misma decía, con ese nombre estaba casi predestinada a dedicarse al oficio de traer niños al mundo.
Allí nos enseñaron muchas cosas, algunas de las que no tenía ni conocimiento (como los ejercicios de Kegel para fortalecer el suelo pélvico), y otras que olvidé aplicar cuando fue necesario (como respirar durante las contracciones de parto).
Lo mejor de las clases eran las charlas que teníamos al final de cada sesión, cuando las futuras mamis sometíamos al tercer grado a las “repetidoras”, acribillándolas con preguntas sobre el parto (éste era, sin duda, el tema estrella) y todo lo demás.

En una de estas surgió la cuestión de dormir con los hijos. “Es que si le hago caso a mi hija, aún estaría durmiendo con nosotros”, vino a decir una madre veterana. “Uf, eso no se puede consentir. Si los acostumbras, luego no hay quien los saque”, añadía otra. Y nosotras, primerizas ignorantes, asentíamos a todo, procurando empaparnos de toda aquella sabiduría maternal razonable, normal y lógica.
“Los niños tienen que dormir en su cuna, y después en su propia cama”, proseguían, y todas asentíamos como un rebaño de ovejas. Entonces Eugenia, que había estado observando y escuchando, finalmente habló: “Vosotras dormís acompañadas y sois mayores, y os gusta ¿no? Entonces ¿no es normal que un bebé o un niño quiera dormir con su madre y su padre?” Las réplicas furibundas no se hicieron esperar: “¡¡¡No tiene nada que ver!!! ¡¡¡Lo normal es dormir con el marido, y los niños a su habitación!!!” Eugenia sonrió y no dijo nada más.

En aquel momento yo era una más del rebaño de madres sometidas a los preceptos de la “normalidad”: lo “normal” es dormir con otro adulto, lo “normal” es dormir con tu perro, lo “normal” es dormir con tu gato, pero no con tu hijo. Hasta ahí podíamos llegar. Y me volví a mi casa, muy contenta por todo lo que había aprendido, reafirmada en la “normal” convicción de que mi retoño, en cuanto naciese, dormiría en la habitación que con tanta ilusión, esmero y primor le habíamos preparado su papi y yo.

"Sólo el amor nos deja ver las cosas normales de una forma extraordinaria" 
(Anónimo)

jueves, 16 de agosto de 2012

TENGO UN ESCAPISTA EN CASA

DE CÓMO EL INFANTE SE ESCAPÓ DE LA TRONA Y SE PRECIPITÓ AL VACÍO


La experiencia más funesta vivida con la trona Stokke la protagonizó mi hijo mayor, que a sus tiernos 9 ó 10 meses (hace cinco años, más o menos) ya daba muestras de una preocupante inclinación al escapismo.
Los hechos sucedieron así: después del desayuno, le dejé sentado en la trona mientras iba un minutito a hacer unas gestiones al cuarto de baño. No tardé en oír el ruido estruendoso de un golpetazo, corrí a la cocina, y allí me lo encuentro tirado cuan largo era en el suelo, llorando desconsoladamente.
Gracias a Dios no le pasó nada (salvo el golpe, el susto y el disgusto), ni fracturas, ni esguinces, ni chichones ni morados.
Comentando el episodio con algunos, me miraban con recelo y decían “que lo había sentado mal”, a lo que yo replico que no, que lo que sucedió es que nuestro primogénito ha sido siempre bastante menudito, y sus piernas, aunque largas, no son lo que se dice muy rollizas. Y se conoce que el muy aguililla consiguió doblar una pierna (sin dificultad), hecho lo cual, el resto es coser y cantar: me apoyo en esa pierna, me giro un poco, saco la otra pierna, me ayudo con las manitos, me pongo de pie, y… voilá! Libre como el sol cuando amanece.
Ni que decir tiene que a partir de ese momento, si tenía que ir al baño llevaba al niño en la trona y lo colocaba en la puerta, al alcance de mi vista (y de mi mano).

Respecto al episodio de escapismo, intuyo que mi hijo no ha sido el único aprendiz de Houdini, pues actualmente Stokke vende, entre otros accesorios para la trona, un arnés de seguridad para sujetar a las fieras. Lo cierto es que no sé si ya lo comercializaban cuando nos regalaron la trona, pero lo que no tenían era lo que ahora llaman “baby set”: “barra plastificada ajustable y un respaldo a juego”. El respaldo lo tenemos, sí, pero la barra no era de plástico y ancha, sino, como podéis ver en las fotos, de madera estrechita y con una cinta de cuero entre las piernas.
Así que si alguien tiene, o hereda, o le regalan, o compra una trona, que se asegure que no sea pro-escapismo como la nuestra, que no le quite el ojo al niño de encima, o que le compre un arnés de seguridad!!!


CUANDO EL PELIGRO PARECE LIGERO, DEJA DE SER LIGERO (Sir Francis Bacon)

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